El jueves 11 pasado, tuve el placer de presentar en Madrid el libro Los sistemas de investigación e innovación agroalimentaria en el mundo, editado por Cajamar, del que he tenido la responsabilidad de coordinar, además de escribir tres capítulos. Analiza la situación en España, por supuesto, pero también en cuatro países terceros (Estados Unidos, China, Nueva Zelanda, Israel), en tres Estados miembros de la Unión Europea (Países Bajos, Francia e Italia) y en la Comisión Europea. No voy a desarrollar aquí el contenido del libro, disponible gratuitamente en la Plataforma Tierra de la Fundación Cajamar. Pero, preparando mi presentación, lo que me sorprendió y me entristeció es que a estas alturas del siglo XXI tuviera que insistir sobre dos evidencias. El aumento de la población La población mundial sigue aumentando, pero menos que lo que inicialmente se pensaba. Las Naciones Unidas prevén ahora (2024) que la tasa de población mundial seguirá creciendo en los próximos 50 a 60 años, hasta alcanzar un máximo de 10.300 millones de habitantes a mediados de 2080. Tras alcanzar este pico, estiman que disminuirá gradualmente hasta situarse en torno a los 10.200 millones a finales de siglo. Estas cifras son menores que en previsiones anteriores, ya que se observa que el crecimiento de la población se está desacelerando. Por otro, se publicita a menudo que la producción agraria mundial ha de aumentar en un 50% hasta el año 2050 para hacer frente al aumento previsto de la demanda. Esta cifra (calculada cuando las previsiones de aumento de la población eran mayores) proviene de unos informes de la FAO del 2009, y viene a decir que en los 41 años que median entre estas dos fechas, la producción de alimentos mundial habría de aumentar de promedio en un porcentaje acumulativo del 1,7%. Lejos del alarmismo habitual al respecto, este objetivo está perfectamente a nuestro alcance. Tenemos varios instrumentos a nuestro servicio para ello. Todos son importantes y deben ser complementarios. Se publicita a menudo que la producción agraria mundial ha de aumentar en un 50% hasta 2050, objetivo que está a nuestro alcance El primero es la disminución de las desigualdades entre continentes, países y poblaciones, mejorando el reparto social de las riquezas y geográfica de la producción. El segundo es el cambio de dietas, volviendo a recuperar esta maravilla alimentaria reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2010. El tercero es disminuir el desperdicio de alimentos y las perdidas a lo largo de toda la cadena de producción y el cuarto es la valorización de subproductos. Estos factores no quitan que deberemos ser capaces de producir más con menos, menos tierras y menos agua entre otros. Es allí donde nos ayuda la investigación y la innovación. No es LA respuesta al desafío poblacional, pero es una parte importante de las respuestas necesarias. El cambio climático Estos últimos tiempos, cobran mayor visibilidad los negacionistas del cambio climático. Según Efeverde, los daños totales ligados al cambio climáticos le han costado a la sociedad española 810 millones de euros en el año 2016 y no han parado de crecer año tras año. Sin la DANA, hemos llegado a 6.635 millones en el año 2024, que ascienden a 11.300 cuando incluimos la DANA. De nuevo, las respuestas al cambio climático, las políticas e iniciativas de adaptación y mitigación para el campo son varias. Empiezan por volver a poner la agronomía al centro de la agricultura, sigue con la diversificación de riesgos y de cultivos. Pero también en este caso, la investigación y la innovación no es LA respuesta al cambio climático, pero es una parte importante de las respuestas necesarias. En el capítulo de conclusiones, se destacan unas pistas de futuro de las que vamos a rescatar solo algunas. Todo pasa por lanzar y desarrollar el gran debate público necesario sobre qué alimentación queremos que podrían terminar como en Francia en unos encuentros generales de la Alimentación. Hace falta un Pacto Estatal por la Alimentación que podría ser en un Pacto por el cambio climático, aunque nuestro propósito sea más amplio en los objetivos En este contexto, es más que necesario una evaluación de las políticas, participativa y democrática, y una evaluación de los investigadores, no solo en base a los mal llamados artículos publicados en las también mal llamados "de impacto" sino también las actividades de divulgación y resultados. Los actores sociales, en este caso los de la cadena alimentaria, necesitan una visión a largo plazo, claridad en los objetivos y estabilidad institucional y presupuestaria. Estamos hablando de una inversión, y no un gasto, con un largo periodo de maduración. Se habla mucho hoy (más de lo que se hace) de Pactos de Estado. En este ambiente político degradado en el que debemos sobrevivir, su concreción suena a utopía. Pero los que llevamos años pidiendo un Pacto Estatal del Agua no podemos amedrentarnos. Hace falta un Pacto Estatal por la Alimentación que podría ser (¿Por qué no?) en un Pacto por el cambio climático, aunque nuestro propósito sea más amplio en los objetivos, va más allá del cambio climático, y más reducido en el aspecto sectorial.