En la abrupta ladera de la colina de Rangen, que domina el municipio del Vieux-Thann en Alsacia, se trabaja encordado en la viña: la vendimia, sobre una pendiente de 45%, de unas uvas de pinot gris de este 'grand cru' es algo que transforma al aguerrido vendimiador en alpinista. Es lo que hace la jubilada Émilienne Gerbet, con un cubo en una mano y unas tijeras en la otra, explicando: "La caída siempre asusta la primera vez, pero como bajamos de espaldas a la pendiente, nios relajamos rápidamente". Y así, con un arnés de escalada, inicia su duodécima vendimia consecutiva entre dos hileras de cepas.
A un lado y otro de su línea, la alcanzan sus demás colegas, que ya se han convertido en viejos amigos en esta parcela de 4,5 hectáreas. El ambiente es amistoso, pero ni hablar de despistarse y dejar racimos en las cepas. Están entre las últimas que cada temporada se cogen en el 'grand cru', y su destino es la producción de unas 20.000 botellas de Rangen por la cooperativa Wolfberger.
"El paisaje es la guinda sobre el pastel, y hay peleas por venir", declara François Siffer desde una hilera cercana en la que una 'schlitte' -trineo alsaciano que sirve de cesta- está sostenida con una cuerda. La 'schlitte', guiada por los vendimiadores más musculosos, pronto se llena con los primeros racimos, trasladados de una hilera escarpada a otra gracias a los cubos.
La pendiente tiene unos 100 metros, y su inclinación llega a un 60% en ciertos puntos. "Es más agradable para la espalda y los pies que en el llano, porque reposamos sobre el cabestrillo, pero no podemos pararnos en mitad del linio para hacer una pausa", suelta entre risas Bernard Schwendenmann, de 63 años, antiguo director técnico de la bodega.
Schwendenmann dio el relevo hace tres años a su hijo, pero sigue supervisando los rollos de cuerda anclados al suelo desde el camino que domina las viñas. Y ese viticultor jubilado comenta: "Buena calidad, poca cantidad este año. El grado natural del alcohol está en torno a los 16º, y hacen falta más de 14º para obtener la denominación de 'grand cru'".
En los hilos se interpelan más en alsaciano que en francés, y se cuentan episodios de sus vidas. Léo, 18 años, el más joven del grupo de 22 vendimiadores, está aquí para financiarse el permiso de conducir. Pierre Schmitt, viticultor vecino que ha venido para "echar una mano", conversa con todos y cuenta, para pasar el rato, el periplo de una amiga por Australia.
Los vendimiadores cortan los racimos que están a su alcance, y luego se dejan deslizar algunos metros por su pasillo gracias a su polea, antes de bloquear la cuerda y volver a empezar.
"Digamos que es una vendimia algo más deportiva que de costumbre", explica Émilienne Berget.
Una vez terminado el primer descenso, los vendimiadores-alpinistas se conceden una pausa-café. Tras comerse un pastel alsaciano toca volver a subir la cuesta, esta vez en todoterreno.
Todas las cepas quedarán vendimiadas en una semana, a razón de cuatro bajadas diarias, cada una de hora y media aproximadamente.
Las primeras cepas de esta parcela sembrada de rocas volcánicas se plantaron en 1992.
Schwendenmann pensó en este sistema de vendimia encordada tras ver a unos albañiles renovar de la misma manera las paredes de una iglesia. El método no ha evolucionado en 20 años, y sigue siendo más costoso en dinero y tiempo que una vendimia en terreno llano, pero como él apunta, "verdaderamente no existe una solución más práctica". Ni, desde luego, más original.