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La calidad y el cambio climático determinan qué uvas cultivar en España
Las modas dejarán de determinar qué variedades foráneas se cultivan en nuestros campos. Los criterios serán más sensatos.
Viñedo de cabernet sauvignon de la finca Mas La Plana en Penedès. Jordi Elías
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En un producto tan complejo como el vino, las cosas rara vez son blancas o negras. Ocurre con las castas de uva cuando se traza una línea divisoria entre autóctonas y foráneas. La mera definición debería ser matizada por el hecho de que la Vitis vinifera lleva siglos viajando por el mundo, y lo que era extranjero hace unos siglos, ahora se siente totalmente propio.
Aunque hoy el relato de lo autóctono resulte más atractivo, ahí estaba ese Gran Caus 2002, un tinto del Penedès elaborado por Can Ràfols del Caus con variedades clásicas de Burdeos (cabernet franc, merlot y cabernet sauvignon) que casi 20 años después se mostraba magnífico, especiado, sedoso, con los recuerdos de sotobosque que dan estas uvas, y un perfil algo más maduro que el que cabe esperar en su región de origen teniendo en cuenta el viaje desde el estuario del Gironda a un paisaje netamente mediterráneo.
Me hizo recordar un excelente Mas La Plana 2016 de Familia Torres codeándose de tú a tú con el supertoscano Sassicaia, que cuesta cuatro veces más (85 euros frente a 350), en una cata de cabernet sauvignons del mundo celebrada el año pasado. La primera añada 1970 de Mas La Plana ya ganó a prestigiosas etiquetas bordelesas en una sonada cata a ciegas organizada en 1979 por la revista francesa Gault Millau. Se siguen haciendo excelentes vinos con castas foráneas en España.
La cabernet sauvignon, que se cultiva aquí por lo menos desde el siglo XIX cuando pioneros como Eloy Lecanda y Camilo Hurtado de Amézaga la plantaron en sus viñedos de Vega Sicilia (Ribera del Duero) y Riscal (Rioja) respectivamente, es la más extendida con 18.651 hectáreas. Le siguen las tintas syrah (17.617) y merlot (11.890) y la blanca chardonnay (19.034).
No toda esta superficie se traduce en vinos de calidad y no siempre estas uvas se cultivan en los lugares más adecuados, pero esto también pasa con las de aquí (la tempranillo es el mejor ejemplo) . Hoy las decisiones sobre qué plantar no tienen que ver tanto con las modas, sino con lo que funciona mejor en cada sitio. Por eso otra uva de Burdeos, la merlot, que en España tiende a madurar demasiado rápido, va perdiendo terreno mientras que la syrah, originaria del Ródano y de espíritu mediterráneo, se ha extendido como la pólvora. Y eso que productores de referencia como José María Vicente, de Casa Castillo en Jumilla, advierten de que empieza a estar un poco al límite en zonas cálidas.
En un contexto de cambio climático se buscan castas que aporten vivacidad y acidez. Hay un interés creciente por la malbec en Ribera del Duero como otra posible acompañante de la tempranillo además de la cabernet. En solitario, los mejores ejemplos de malbec proceden de viñedos situados a gran altitud (aunque no tanto como la que pueden alcanzar los de Mendoza, la segunda patria de la variedad en Argentina), como Clunia en Burgos o L'Ame de Altolandón en Cuenca, ambos a 1.000 o más metros sobre el nivel del mar.
El largo ciclo de la petit verdot, que le impide madurar bien en Burdeos, su lugar de origen, es un regalo en zonas cálidas. Triunfa en Ronda (Málaga), donde aporta brío, estructura y acidez, y en otros puntos de España con ejemplos tan ambiciosos como el PV de Abadía Retuerta (Castilla y León).
Y por fin se mira más allá de Francia. Con mucho sentido común, Extremadura ha autorizado la plantación de variedades portuguesas con buena acidez, como trincadeira o touriga nacional, de cultivo habitual en el Alentejo, la región vinícola que se extiende al otro lado de la frontera.
Las zonas septentrionales también importan variedades de fuera. La riesling alemana, por ejemplo, tiene su pequeña presencia en las denominaciones del chacolí y ahora la de Bizkaia acaba de autorizar la cabernet franc ( berde xarie en euskera), que no solo dio lugar a la cabernet sauvignon y a la tinta local hondarrabi beltza, sino que parece haberse originado a este lado de los Pirineos. La génesis y los desplazamientos de las castas de uva están llenos de misterio y sorpresas. Pero frente a una copa de vino, el viaje más importante es el que tiene como destino el disfrute y la calidad.
Petit verdot. Tadeo Petit Verdot
2018, tinto Sierras de Málaga
Cortijo Los Aguilares 100% petit verdot 14% vol. 36 euros
También a 1.000 metros de altitud, pero en una latitud más meridional, la petit verdot es la variedad estrella de Ronda en Málaga, capaz de dar mucho de todo: color, estructura, acidez... Por eso la enóloga Bibi Fernández considera que su tarea con esta casta es limitar su concentración natural para hacer un vino más elegante. Aquí mantiene la intensidad y la amplitud, pero apoyándose más en la potencia aromática que en el aporte de los taninos. Fruta a raudales y toques mentolados. Imposible pasar inadvertido.