«Con amigos como Trump, ¿quién necesita enemigos?», ha resumido recientemente el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. Hasta el pasado sábado, la estrategia de la UE era mantenerse al margen, no decantarse por un bando ni por otro en la disputa comercial entre EE.UU. y China y centrarse en prolongar la exención temporal de los aranceles a la importación del acero y del aluminio desde Europa decidida por Washington. «Escoger un bando significaría que entramos en el clima de confrontación y esa no es la forma de manejar las cosas. Ciertamente hay desequilibrios que deben ser tratados y problemas que deben ser resueltos, pero no a través de la confrontación», había declarado el comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici, señalando que «esto significa encontrar primero un camino entre Estados Unidos y la UE». La canciller Merkel había ido un paso más allá, organizando un viaje a China que tendrá lugar esta semana y anunciando sus intenciones de promover que «China y Alemania refuercen juntas el multilateralismo», contra la tendencia Trump. Ahora, el acuerdo entre China y EE.UU., no solamente ha sorprendido a Bruselas con el pie cambiado, sino que además amenaza con convertir al PIB europeo en su principal víctima.
La canciller alemana, Angela Merkel, viajará a China el jueves para reunirse en Pekín con el primer ministro chino, Li Kequiang, el presidente del país, Xi Jinping, así como el de la Asamblea Popular Nacional. Merkel ha reconocido que tratará en estas reuniones «temas controvertidos» en el ámbito internacional, como el del comercio, y, acompañada de una delegación de empresarios, se trasladará a Shenzhen, «donde comenzó la apertura», para entrevistarse allí con las autoridades locales, participar en la inauguración del hub de innovación de la Cámara de Comercio Exterior alemana y visitar una planta de la empresa alemana Siemens y una start-up china, además de asistir a una sesión de la Comisión Económica Asesora Germano-China (DCBWA). Fuentes de la delegación alemana confirmaban ayer «repasos de última hora» en los papeles del viaje y la valoración generalizada, por parte de la economía alemana, era que el acuerdo China-EE.UU. somete a la UE a una presión más elevada en su propia negociación con Trump, a pesar de lo cual los directivos son partidarios de una línea dura de negociación.
El presidente de la Cámara Alemania de comercio e Industria (DIHK), Eric Schweitzer, ha pedido «un curso decidido» en las negociaciones y, aunque admite que no deben llegar a romperse, advierte también que «no nos estaremos moviendo en la dirección correcta si respondamos automáticamente a las nuevas demandas con concesiones». «La UE también debe sacar sus propias conclusiones correctas en interés de las empresas locales», sugería, de cara al plazo que termina el 1 de junio y en el que termina la exención de tasas estadounidenses a las materias europeas.
También se perciben deseos de firmeza por parte francesa, aunque en un tono bastante más alarmante. «Europa podría ser la víctima de un posible acuerdo comercial entre Estados Unidos y China, tras la aparente resolución de sus diferencias», advirtió ayer el ministro francés de Economía, Bruno Le Maire, «Estados Unidos y China podrían ponerse de acuerdo a espaldas de Europa si Europa no es capaz de mostrar firmeza». «Estados Unidos quiere hacer pagar a Europa y a los países europeos el mal comportamiento de China. Todo ello es aberrante e incomprensible para los aliados», agregó. Según Le Maire, el presidente francés Emmanuel Macron «ha sido muy claro: nada es posible mientras no haya una exención definitiva y total de los aranceles estadounidenses».
Antes de apurar el plazo, Bruselas se aviene a negociar con EE.UU. cuatro capítulos, entre ellos una mejora en el acceso de los coches estadounidenses al mercado europeo y aumentar el volumen de gas natural licuado que Estados Unidos exporta gracias al desarrollo del fracking, que permitiría reducir la dependencia de suministradores como Rusia, que provee casi el 40% del gas que importa la UE. A cambio, reclama que las empresas del club comunitario puedan optar a la contratación pública en EE UU., una condición que ni siquiera pudo lograrse en la negociación del ambicioso tratado comercial que Bruselas ensayó con la Administración de Barack Obama, el denominado TTIP. Trump, por su parte, tiene la vista puesta en otras metas adicionales, como ha dejado claro tras entrevistarse con el secretario general de la OTAN Stoltenberg y quejarse del escaso presupuesto alemán para la compra de armamento. Y por supuesto Washington pide rebajar el arancel que la UE aplica a los coches estadounidenses del 10% actual al 2,5%. De esa forma, la penalización se equipararía a la que soportan los vehículos europeos que se venden al otro lado del Atlántico.
Alguien hace mal las cuentasEn promedio, las exportaciones de bienes y servicios estadounidenses a Europa tienen aranceles del 2,4%, según la Comisión Europea. EE.UU. impone un arancel promedio mínimo de 3,48% contra 5,16% de la UE, según la OMC. Los coches estadounidenses enfrentan aranceles de 10% mientras que los europeos tienen un gravamen de 2,5% en Estados Unidos. Sin embargo, dentro del sector del automóvil, Estados Unidos aplica un arancel de 25% a las importaciones de camiones y pick-ups, significativamente más elevado que el 14% que cobra la UE a los mismos vehículos.