María José Liso, en el campo, con sus colmenas. Heraldo
Nació en Ejea de los Caballeros hace 60 años y siempre ha vivido entre la localidad cincovillesa y el pueblo de colonización de Bardenas. Aunque María José Liso estudió Formación Profesional de Administración y Comercio, la suya ha sido una de esas vidas que siempre ha estado ligada al campo. Bien porque ayudaba a sus padres en la explotación agraria y en el cuidado de las vacas que, como colonos, recibieron en el lote, o bien ayudando a su marido con la apicultura, algo que para él era inicialmente un 'hobby' que compatibilizaba con su trabajo en un banco.
María José es una mujer rural y se muestra orgullosa de serlo . Hace unos días fue una de las protagonistas en una jornada en Zuera enmarcada bajo el título de 'Las mujeres frente al reto de la despoblación' y celebrada con motivo del Día Internacional de la Mujer Rural.
Aunque ella vive en un municipio grande, c onoce las dificultades a las que se enfrenta quien apuesta por vivir en el medio rural y, por eso, insiste en que hay que tener los pies en el suelo y pensar bien a qué se va a dedicar alguien que decide dar el paso de irse a vivir a un pueblo, sobre todo cuando este es pequeño.
«Si alguien quiere vivir del campo, es más fácil si ya tiene tierras o recursos con los que empezar. En cualquier caso, mi consejo a quien le guste es que vaya poco a poco y sin poner toda la carne en el asador porque no sabes la aceptación que va a tener lo que hagas, sobre todo su comercialización», añade María José.
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«La mujer rural lo tiene más difícil todavía porque es un mundo que siempre ha sido más machista» , cuenta María José. Y recuerda ese techo de cristal que también existe en este ámbito: «Las cooperativas agrícolas, por ejemplo, siempre o casi siempre están dirigidas por hombres». Cree que el problema de la despoblación es aún más grave porque no ve relevo generacional.
Dos décadas de colmenas
En su caso, María José hizo suyo el 'hobby' de su marido por las abejas y, poco a poco, fue creciendo el número de cajas que cuidan. Hace casi 20 años que se hizo apicultora y reconoce que no ha sido un camino fácil, ya que han sufrido baches porque en algunas épocas se les murieron muchas abejas.
Aunque hasta ahora se han dedicado siempre a la venta directa al cliente y en ferias. Ahora ella y su marido forman parte de Arna, asociación aragonesa especializada en la divulgación de la apicultura y la producción de miel artesanal de calidad. A través de esta asociación van a comercializar los distintos tipos de miel que producen, entre las que hay muchas variedades diferentes.
«Tenemos miel de bosque, de zarza, de alfalfa regenerativa, de flor de cebolla y otras hortalizas, de ajenjo...», añade. Su favorita es la de encina y la de cebolla, «aunque esta es muy ocasional».
«Nuestro objetivo con la asociación es impulsar de forma conjunta con otros productores los registros sanitarios para poder sacar la miel al exterior. Para empezar, fuera de Aragón y luego, ya veremos, paso a paso», añade esta apicultora, que también es titular de una finca de regadío.
María José asegura que acostumbrarse a trabajar con las abejas no es fácil y que a ella, en el campo, le siguen dando miedo. « Yo me encargo siempre del trabajo que se hace en la nave», explica. Para el trabajo en el terreno, suelen contratar a estudiantes de FP agrario, «casi siempre mujeres» -puntualiza-, que se encargan de estas tareas.
Más información en el Suplemento Heraldo del Campo