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Era difícil, pero hemos innovado con el huevo

22/01/2018
En: cincodias.com
Digital
Era un sueño que tenía adormecido desde que era joven: darle vida al pazo familiar, construido en 1854, antaño una finca agrícola, abandonada de toda actividad en los años setenta. Y fue mientras estudiaba en Londres cuando Nuria Varela-Portas (Lugo, 48 años), licenciada en Económicas, con un máster Dirección de Empresas en la Escuela Europea de Negocios, decidió enviar una carta a su familia, anunciándoles su deseo de desarrollar un proyecto en el campo y revivir el patrimonio de sus antepasados. Lo hizo fundando Pazo de Vilane, dedicada a la producción de huevos camperos, aunque a ella le gusta decir que se ocupa de cuidar gallinas que viven al aire libre. Empezó hace dos décadas con 50, hoy vende 24 millones de huevos, da empleo a 36 personas y factura cinco millones de euros. ¿Sentía morriña? Tenía a Vilane como una referencia importante en mi vida, de mis veranos con mis hermanos y primos, era como un campamento de vacaciones, y siempre me dedicaba a organizar juegos, festivales, obras de teatro... No sé si era una especie de líder, aunque lo que quería en ese momento era ser actriz y me quedé en granjera. Cuando volví de Londres me encontré con una finca abandonada, un campo gallego deprimido, el sector de la leche con dificultades, pero teníamos la ilusión de emprender la aventura de poner en valor el pazo y las fincas. Vimos que lo que se estaba haciendo en Galicia estaba relacionado con el turismo rural. Al principio pensamos en un hotel rural dentro de un entorno agrario, como existía en Italia o en Francia. Pero lo descartaron... Nos concedieron una ayuda de la consejería de turismo, de 12 millones de pesetas (72.000 euros) y renunciamos. Teníamos que tener el hotel abierto todo el año, y no queríamos ser prestadores de servicios. En cambio, creíamos que Galicia tenía lugares increíbles para hacer productos de calidad, entre otras razones, porque la contaminación no había llegado al campo gallego. Nos llevó un tiempo discurrir por dónde tirar, por algo que permitiera cerrar el proceso de producir y vender, y no queríamos producir para otros. Y surgió lo de las gallinas. ¿Entonces, la idea apareció por casualidad? Hice un curso de agricultura ecológica y empezamos con unas 50 gallinas, veíamos que nos compraban los huevos, y luego compramos otras 500, y así fuimos, poco a poco. Luego creamos la cajita de cartón, que fue el detonante también de nuestro éxito. Empezó como un proyecto pequeño, como un juego. Vimos que la demanda existía, esto se ha hecho puntada a puntada. Cuando monté la empresa no había hecho ningún plan económico, no hubo un emprendimiento planificado, todo surgió sobre la marcha. Y cuando lo contabas a la gente le sorprendía de qué era esto de soltar gallinas en el campo y que los huevos estuvieran sucios. ¿Hubo bastante reticencia al proyecto de los huevos camperos? La gente me decía que me buscara un empleo, pero tengo tanto apego a nuestras raíces, deseaba tanto recuperar nuestra casa, que nos daba igual lo que nos dijeran. Yo salía a vender los huevos, aunque siempre conté con el apoyo familiar. Mi padre era empresario, fundador del equipo de baloncesto Breogán, el ideólogo, que en vez de dividir el pazo entre sus siete hermanos, lo que hizo fue hacer una sociedad económica entre los siete hermanos, con el fin de que no se perdiera el valor de la finca. Mi padre lo compró todo, y ahora entre los tres hermanos gestionamos la estrategia de la empresa. Porque Pazo de Vilane es un proyecto empresarial y patrimonial. ¿Trabajar en familia es importante para ustedes? Es bueno, siempre y cuando estés alineado con los valores y los objetivos de la empresa. Mi hermana Piedad [presente durante la entrevista] se ocupa de la comunicación, y mi hermano está en el consejo. Nuestro padre nos transmitió muy bien los valores de lo que es Vilane. Hemos hecho una renovación de votos, porque es difícil cuando se juntan los afectos que te digan los errores. Eso duele más, pero la empresa familiar es más fuerte. Hemos tenido momentos de mucha dificultad y nos hemos comido muchos huevos. ¿Qué han aportado ustedes al sector? Todo. El huevo era el huevo, y competía en precio. No se invertía nada en el bienestar de las gallinas, no se hablaba del cuidado del animal. Era difícil, pero innovamos con el huevo, fuimos pioneros en esa tendencia de consumo. Innovamos con la caja de cartón, un concepto de marketing revolucionario, sin la típica foto de la gallina en el campo. Lo presentamos como si los huevos fueran un regalo, y llamaba la atención porque la gente se daba cuenta de que éramos alguien que estaba intentando contar una historia. Vendíamos un producto, con la historia de una familia detrás. Somos una referencia en los lineales de venta. Además, no hacemos un producto en un polígono industrial, sino que generamos empleo en el entorno rural. ¿Qué previsión de crecimiento tienen? Estamos viendo qué tamaño queremos tener. De momento, tenemos cien mil gallinas repartidas en granjas pequeñas y cuidadas por granjeros formados por nosotros. Somos cuidadores de gallinas, no fabricamos huevos. No tenemos claro el tope de gallinas que queremos tener, pero como mucho llegaremos a 150.000, porque queremos mantener el producto de calidad. También estamos diversificando el producto, porque queremos poner en valor el campo gallego, y estamos sacando una línea de mermeladas ecológicas, además de plantar espárragos, porque queremos hacer cremas de verduras y abrir una línea hortofrutícola.
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