José Manuel y Manolo aparcan el coche junto a un campo de arroz y se bajan con carpetas y cámara de fotos en mano. Van con unas camisas blancas impolutas, que combinan con unas botas de agua, porque cinco minutos después están metidos en medio de un arrozal que les llega por la cintura.
Es su trabajo de cada día, chequear la eficacia de un producto fitosanitario a pie de campo antes de que salga al mercado, para dar una solución eficaz a un problema que trae de cabeza a los agricultores, las malas hierbas.
Su acento andaluz les delata. Son sevillanos y en la capital andaluza está la empresa matriz, aunque llevan recorriendo las Vegas Altas del Guadiana desde hace más de 15 años, y seis con su propia empresa, con sede también en Don Benito y Palencia. «En esta región encontramos clima y agua, pero lo mejor es que hay todo tipo de cultivos, por eso es una zona muy rica para nosotros porque se abre un amplio abanico de posibilidades para desarrollar nuestro trabajo», explica Manuel Vargas, director técnico de FTS Agroconsulting, empresa de la que forman parte otros 12 trabajadores.
Sus camisas blancas en medio del verde de los arrozales son visibles desde varios kilómetros. Es una presencia a la que ya están acostumbrados en Los Guadalperales, donde los agricultores se refieren a ellos como «los que hacen los experimentos en el arroz». Y es que, básicamente, esa es la tarea que les ocupa diariamente. Los campos que ellos tratan parecen estar hechos a retales. Cada pocos metros cuadrados la parcela tiene un aspecto diferente. Unos trozos están llenos de malas hierbas, pero justo al lado completamente saneados, unos presentan un verde intenso y otros amarillean. De eso se trata, de probar 'in situ' la eficacia o resistencia de los productos que aplican en sus campos de ensayos. Primero aplicando los tratamientos, y después acudiendo diariamente a observar, fotografiar y anotar lo que traducirán en fórmulas en los laboratorios.
José Manuel Peña, especialista en ensayos, explica que el protocolo de trabajo exige nueve tratamientos y cada uno de ellos se replica cuatro veces «para que coja una zona de mucha y poca hierba, y de más o menos agua, para que se homogeneice el tratamiento». Incluso, hay zonas no tratadas, para ver cómo reacciona el campo si no se aplica nada.
Y lo hacen en campos alquilados cada campaña a los agricultores de la zona, o producto de acuerdos con ellos para desarrollar su trabajo. Unos resultados que tienen su origen en una labor silenciosa y discreta tras la cual se esconden algunos de los nuevos herbicidas de las grandes multinacionales más conocidas y con las cuales tienen una cláusula de confidencialidad.
Aún así, puntualizan que no se les contratan para ver la resistencia que tiene un herbicida determinado, «sino para ver la problemática concreta que tenga un agricultor y qué producto o dosis le funciona mejor, o el momento ideal de aplicación o la mezcla de todo que funcione mejor», añade Vargas.
Largo plazo
Detrás de cada fitosanitario que sale al mercado no hay ni una ni dos campañas de experimentos. Para registrar un producto, el Ministerio de Agricultura y el de Sanidad exigen un mínimo de tres o cuatro años, además de varios ensayos por año, para ser concluyentes, cuentan. Sin embargo, a la multinacional que lo está desarrollando «con cuatro años no le vale y necesita más para que los datos sean robustos y garantizar que es efectivo totalmente». De ahí que pueda pasar el doble de tiempo hasta que nuestros resultados sean aplicados en productos puestos en el mercado. Eso sí, los resultados, tras ser estudiados en laboratorio «son muy minuciosos, con unas determinadas condiciones de calibración, por lo que las conclusiones emitidas son sostenibles», añaden.
Hay algunas hierbas que se hacen resistentes a los productos fitosanitarios y hay que empezar de nuevo. / S.G. Por eso han elegido la comarca de las Vegas Altas para hacer sus experimentos, porque en unos pocos kilómetros encuentran suelos muy diferentes para tener todas las variables controladas. Según ellos, nada tiene que ver la tierra de Don Benito con la de Palazuelo, Santa Amalia, Ruecas o Navalvillar de Pela. Unas son más fuertes, otras más arenosas o más arcillosas, unas más húmedas que otras, cuentan. Aunque coinciden en que el problema común que se presenta en todas ellas es el mismo, el de las malas hierbas. Aún así, la resistencia que presentan «se controla mejor en unas zonas que en otras, reconocen, mientras ejemplifican que, de momento, para la Leptochloa en Los Guadalperales hay pocas herramientas, y sin embargo, para la Echinochloa en terrenos de Don Benito ya hay avances, «aunque no hay productos que lo controle totalmente».
Y a pesar de las enfermedades y malas hierbas contra las que luchan cada campaña los agricultores, hay otro problema que verdaderamente creen que hay que solucionar aunque suponga un cambio de mentalidad. «Una cosa es que se reduzcan las hierbas y otra que se quiera tener el arroz completamente limpio», y eso es algo imposible, aseguran, porque hay una gran cantidad de hierbas que se van haciendo resistentes.
Reconocen que se ha avanzado mucho en el terreno bio y se es más consciente de la necesidad de aplicar tratamientos que ataquen solo al objetivo, sin poner en peligro a otros seres vivos. «De ahí la importancia de aprender que hay que contar con herramientas que dejen alguna hierba y aprender a convivir con ellas, a cambio de otros beneficios», concluyen.