La ciudad portuguesa, con el Duero y el vino como ejes, ofrece alternativas al turista que quiere viajar sin prisas y olvidarse del reloj
Oporto es la capital del Duero. Allí desemboca este río rotundo y allí, en sus riberas, bulle una ciudad viva. Es sabido que los turistas gastan agendas de ministro. Tienen la obligación de la ubicuidad y, por eso, en apenas unos días, visitan rincones desconocidos para los paisanos de toda la vida. Esa hiperactividad en Oporto, en el Duero, tiene alternativa. Las prisas no son ley. Perder el aliento subiendo sus cuestas, celebrar las bajadas, subirse a un tranvía, disfrutar de la Casa da Música (joya arquitectónica y templo de artistas), husmear en la mágica librería Lello (cuyo trasunto es escenario de los libros de Harry Potter), visitar las bodegas que salpican la margen izquierda del río, beber Oporto, comer bacalao, sentarse en el Café Majestic, zamparse una monumental 'francesinha' (un sándwich antidieta)... Todo esto es posible en Oporto, pero no sólo.
Sin salir del centro, el viajero puede desconectar en los jardines del Palacio de Cristal, un pulmón verde, romántico, con pavos reales y plantas aromáticas. Situado en la parte alta de la ciudad, es una atalaya desde la que contemplar unas magníficas vistas del río, protagonista absoluto de Oporto. El Mirador da Victória, un rincón un tanto silvestre, también ofrece una estupenda panorámica con la catedral, el Monasterio de la Sierra del Pilar y el emblemático puente Don Luís I , construido por un alumno de Gustave Eiffel. Esta infraestructura es un icono en la ciudad. Pasear sobre él al atardecer, cuando el Duero empieza a reflejar las primeras luces nocturnas, es una experiencia zen. La Fundación Serralves, además del Museo de Arte Contemporáneo, alberga en su interior unos maravillosos jardines, con coquetos parterres y árboles enormes.
Pero si el objetivo es disfrutar de un auténtico turismo 'slow', en los viñedos está la respuesta. En Oporto, además de los cruceros que recorren la ciudad desde el río, parten barcos hacia el Alto Duero Vitícola, área declarada Patrimonio de la Humanidad. Es posible navegar una hora, una jornada o incluso una semana entera. Si se prefiere el tren, desde la hermosa estación de Santo Bento se puede iniciar un trayecto que pasa por localidades como Régua y Pinhão, un recorrido que avanza custodiando el río. En sus márgenes, las viñas donde nace el Oporto y otros vinos de la Denominación de Origen Controlada, jalonan un paisaje tranquilo e hipnótico . De nuevo el tren, pero ahora a bordo de uno histórico a vapor, permite recorrer increíbles postales que el otoño ofrece en ocres y rojos. En esta zona volcada al vino, son muchas las opciones para practicar el turismo rural en una finca (Quinta Nova y Quinta da Roeda son estupendas). El plan incluye visitar las viñas, las bodegas, catar los vinos y disfrutar de la paz campestre con lujos como nadar en una piscina mirando al río y dormir en una habitación acogedora y silenciosa. Un capricho 'deluxe'.
Una vista del río con el puente Don Luís I. TURISMO DE OPORTO
Placer natural
En la zona del Alto Duero Vitícola, el río y las viñas marcan los tiempos y el paisaje.
DESCANSO. Los viajeros que busquen el relax del campo tienen en el turismo rural el plan perfecto. Volcada en la producción de vino como motor económico, en esta área es posible alojarse en coquetas fincas, como Quinta Nova de Nossa Senhora do Carmo, con la solera de sus 250 años de historia.
PANORÁMICA. Todas sus habitaciones tienen vistas al río, cuenta con una piscina en lo alto de las viñas, un acogedor restaurante con grandes ventanales y hasta un helipuerto.