Tierra Calma y los tintos de Gredos

13/01/2020
En: expansion.com
Digital
Es una zona vinícola que moría en montaña, difícil de trabajar. Los jóvenes preferían irse a la cercana Madrid buscando colocarse en la construcción antes que andar con mulos o subirse a los riscos a sacar una pequeña producción de uva garnacha por la que se cobraba muy poco en las cooperativas. Había en la zona de Cebreros (Ávila) una firma poderosa de vinos de mesa con la marca Perlado, que también recogía buena parte de esas uvas. Algunos arrancaban los viñedos y a otros les daba igual, ahí los dejaban porque plantar otra cosa tampoco era muy rentable. Y entonces llegó la revolución en el mundo del vino, y hace menos de diez años todo cambió. Enólogos jóvenes, aventureros, casi recordando cómo se redescubrió El Priorat, encontraron en las estribaciones de la Sierra de Gredos parcelas de media hectárea, una a lo sumo, repartidas aquí y allá con cepas que no se abarcaban con los dos brazos de viejas que eran, que se autorregulan solas y que dan poco fruto, pero muy bueno. Era la tinta garnacha, pero de montaña. Diferente de las aragonesas, las navarras o las de otros lugares, dependiendo siempre del clima, la altura o el suelo. Empezaron entonces a llegar firmas y bodegas a comprar esos viñedos y hacer vinos cada vez más ricos. Bajo el nombre genérico de Gredos comenzó a prosperar la zona y las administraciones metieron mano; y aunque la variedad es la misma, la altitud más o menos y los suelos entre pizarrosos y graníticos, Castilla-León fundó la D.O. Cebreros con la zona abulense; Castilla-La Mancha los incluyó en Méntrida en la zona toledana; y Madrid convirtió su parte en la zona de San Martín de Valdeiglesias. En esta última apareció Rafael Aguilar, que fue un alto directivo de una multinacional que conocía bien la zona porque iba con su mujer, Elena Moreno, a su casa del pantano de San Juan. Amantes del campo y la naturaleza, al ver el movimiento que se estaba produciendo en la zona, y propietarios ya de alguna finquita con viñedo, en 2013 hicieron una primera prueba, unas 1.200 botellitas que les salieron tan buenas que casi desde el primer día fueron apadrinados por la cúpula de la sumillería madrileña. Eso les convenció definitivamente y se lanzaron. Incluso Moreno se prejubiló para hacer un máster de enología y viticultura. Le pusieron el nombre de Tierra Calma, algo alegórico a tierra virgen sin trabajar. En la actualidad cuentan con doce hectáreas de esos viñedos viejísimos de garnacha. Elaboraban hasta ahora en Colmenar de Oreja, en la bodega de Jesús Díaz, pero para la siguiente vendimia ya tendrán terminada su propia bodega en San Martín. Hacen tres vinos. El Cyster 2018, el más bajo de gama, es estupendo con tres meses en barrica. Presenta una nariz muy directa, frutal y mineral, que es una de las características de la casa; con un boca estructurada y fresca (13 euros). Luego se va subiendo de tono con el Tierra Calma Las Cabreras 2017: elegancia, madurez, junto con fina sutileza en nariz; y una boca que desborda, muy potente y sabrosa, centro concentrado (20 euros). El alta gama se llama Tierra Calma La Nava 2017 con doce meses en barrica. En nariz tiene lo que los franceses llaman "golpe de corazón", es decir, que impresiona su elegancia e intensidad. La boca madura, plena, equilibrada y muy sabrosa (30 euros).
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