Dos botanistas, Joanne Chory y Sandra Myrna Díaz, premiadas con el Princesa de Asturias de Investigación por sus trabajos sobre «superplantas» y biodiversidad vegetal
Las investigaciones de la profesora Joanne Chory son una carrera contrarreloj por partida doble. Por un lado, trabaja para combatir un desafío al que, según la ciencia, llegamos tarde : el cambio climático . Por otro, a sus 64 años, lo hace ante el avance de una enfermedad, el párkinson, que le fue diagnosticada en 2004 y que, aunque trata de mantener a raya, sabe que acabará imponiéndose.
Chory, estadounidense de origen libanés y una de las botanistas de mayor prestigio internacional, fue distinguida este miércoles con el premio Princesa de Asturias a la Investigación. Comparte el galardón con una colega académica de la botánica, la argentina Sandra Myrna Díaz. Según el acta del jurado, se les concede el premio «por sus contribuciones pioneras al conocimiento de la biología de las plantas, que son trascendentales para la lucha contra el cambio climático y la defensa de la diversidad biológica».
Los trabajos de Díaz han contribuido a analizar el papel de la biodiversidad para contrarrestar el cambio climático global
Díaz, de 57 años, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en su país natal, donde actualmente es investigadora del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. Sus trabajos han contribuido a analizar el papel de la biodiversidad para contrarrestar el cambio climático global mediante el secuestro de carbono atmosférico. Este miércoles, aseguraba estar muy «honrada» por la concesión del premio y se felicitó por que el premio se centre en el «cambio ambiental global y cómo la naturaleza, y en especial las plantas, intervienen en esto y proveen contribuciones fundamentales a la gente», dijo en declaraciones a Efe.
Chory, por su parte, ha dedicado décadas de investigación a la genética de las plantas y cómo regular algunas de sus funciones. Buena parte se desarrolló con la planta «Arabidopsis thaliana» , un organismo modelo que ha desvelado aspectos relevantes sobre los genes implicados en funciones como la sensibilidad a la luz, las hormonas que regulan el crecimiento de la planta y la respuesta ante el estrés hídrico. Esos trabajos han conducido en los últimos años a un proyecto dentro del Salk Institute de San Diego (EE.UU.), donde trabaja desde los años ochenta, para encontrar una solución al cambio climático con «superplantas».
Chory ha dedicado décadas de investigación a la genética de las plantas y cómo regular algunas de sus funciones «Siento el peso del mundo sobre mis hombros», bromeaba en una reciente entrevista con «The Guardian». La idea es utilizar la modificación genética de plantas a través de métodos tradicionales y de Crispr para que absorban cantidades mayores de dióxido de carbono y que, además, desarrollen raíces y tallos que faciliten un soterramiento más eficiente del gas. La modificación genética se implantará en cultivos extensivos usados hoy en día, como soja, maíz o algodón, para que sean funcionales mientras colaboran en la reducción de los niveles de dióxido de carbono.
«Tenemos que encontrar una forma de sacar dióxido de carbono de la atmósfera y creo que las plantas son la única forma de hacerlo de forma barata», dijo entonces. Ayer, Chory reaccionaba a la noticia del premio asegurando que la humanidad «se encuentra en una encrucijada fundamental» ante la «inminente amenaza» del cambio climático» . Sin embargo, «la oportunidad para que la ciencia y la tecnología cambien la situación nunca ha sido mayor», defendió en declaraciones a Efe.
Las estimaciones del grupo de trabajo del Salk Institute que lidera Chory apuntan a que se podría lograr una reducción anual de hasta el 46% de las emisiones de dióxido de carbono que son de origen humano.
Su proyecto está lleno de desafíos: la idea de utilizar plantas modificadas genéticamente -aunque no utiliza información genética de otras especies, como otros transgénicos- no convencerá a muchos ecologistas, precisamente los más combativos en la lucha contra el cambio climático. También habrá que ver cómo se consiguen semillas a un coste que los agricultores las elijan frente a opciones convencionales y a qué escala consigue llevarse el proyecto para que tenga impacto.