Dehesa, ganadería extensiva y cambio climático Las tierras dedicadas a la ganadería extensiva representan más de dos tercios de la superficie agraria útil en el mundo. Si no se dedicaran a ello, no producirían alimentos para los humanos, y sería necesario cultivar aún más tierras para alimentar a la población, incrementando las emisiones y la degradación ambiental EXISTE un gran consenso sobre la principal causa del cambio climático que ya estamos sufriendo, y es el aumento de la concentración atmosférica de gases con efecto invernadero (GEIs). El gran consumo de combustibles fósiles es su principal responsable, pero no el único. En su conjunto la producción de alimentos supera el 20% de las emisiones mundiales de GEIs, llegando al 25% si le sumamos la gestión de los alimentos y sus residuos. Lo que comemos, cómo lo producimos y lo que desechamos tiene por tanto un gran impacto en el clima.
Entre los modelos de producción de alimento, la ganadería se lleva la peor parte, pues el consumo de agua, suelo y la emisión de GEIs son aparentemente mucho más desfavorables para los alimentos de origen animal que para los de origen vegetal. Además, la mayoría de los estudios publicados señalan que la ganadería extensiva emite más GEIs que la ganadería intensiva, con valores especialmente desfavorables para los rumiantes, como vacas y ovejas, por sus elevadas emisiones de metano. Su menor eficiencia y la peor calidad de los alimentos que consume, resultan en un balance de emisiones (huella de carbono) más elevado por unidad de alimento producido (kg de carne o litro de leche). Como respuesta, han surgido numerosas voces en contra del consumo de carne y la producción animal. No son pocos los artículos publicados en las últimas fechas que claman por un cambio en la dieta, hacia formatos más vegetarianos e incluso veganos, para frenar el cambio climático, incluso para salvar el planeta. Pero en este debate, en unos casos de manera desapercibida y en otros de manera interesada, se están mezclando, como popularmente se dice, churras con merinas.
Para cualquier proceso productivo se deberían imputar sólo las emisiones adicionales que la actividad genera, y no aquellas que todas formas tendrían lugar de forma natural. Desde hace millones de años grandes herbívoros vienen consumiendo (pastando) por todos los rincones del mundo sin que hayan causado un aumento de GEIs en la atmósfera. ¿Cuál sería el destino del pasto natural si no fuera consumido por la ganadería extensiva? ¿Sería su carbono retenido en los ecosistemas, o sería emitido hacia la atmósfera por otros organismos, sean ciervos, insectos o microorganismos? EL análisis de huella de carbono debería sólo imputar aquellas emisiones que se evitarían si la actividad cesara.
Además, la huella de carbono de la ganadería debe computar el secuestro o emisión de carbono que ocurre en los agrosistemas de los que se alimentan. Los pastos, sean herbáceos, arbustivos o arbolados pueden secuestrar grandes cantidades de CO2 en su biomasa y suelos, en todo caso mucho más que lo que hacen las tierras cultivadas. Los cálculos de huella de carbono que recientemente se han realizado para la dehesa muestran que, en promedio, la dehesa retiene y secuestra más carbono que el que emite su ganadería. De hecho, la dehesa extremeña secuestra carbono en sus suelos a un ritmo de 11 por mil, muy por encima del compromiso del 4 por mil adquirido en al COP21 de París por países como España. La ganadería extensiva también contribuye de forma fundamental a reducir el riesgo de grandes incendios, reduciendo así las elevadas emisiones de CO2 que producen los incendios. De esta forma la dehesa y su ganadería parece contribuir más a la mitigación del cambio climático que a su intensificación.
Otro aspecto importante es el alto consumo de agua y suelo atribuido a la ganadería extensiva. Desafortunadamente la mayoría de los estudios que han surgido en los últimos años comparando los diferentes modelos de producción de alimentos confunden consumo con utilización. La ganadería extensiva se alimenta de biomasa no aprovechable por los humanos, y producida en suelos no cultivables. Además los pastos naturales de los que se alimenta la ganadería extensiva son ecosistemas clasificados en muchos casos como sistemas agrarios de alto valor natural, donde se mantienen altos niveles de biodiversidad y los procesos ecológicos y no los agroquímicos añadidos son los determinantes de la productividad. La ganadería extensiva, más que consumir suelo, en muchos casos lo produce.
Es importante tener presente que la ganadería extensiva se alimenta mayoritariamente en tierras no aptas para el cultivo de alimentos vegetales. Estas tierras representan más de dos tercios de la superficie agraria útil en el mundo. Si estas tierras no fueran utilizadas para la producción animal, no producirían alimentos para los humanos, y sería necesario cultivar aún más tierras para alimentar a la población mundial, incrementando las emisiones de GEIs y la degradación ambiental del planeta.
En definitiva, el conjunto de evidencias que sostienen la necesidad de avanzar hacia una dieta menos cárnica, por salud, por clima y por medio ambiente, no pueden obviarse. Debemos comer menos carne, y que la que se consuma provenga de la ganadería extensiva, que contribuye a la lucha contra el cambio climático, a la conservación de la población rural y los valores naturales y culturales del territorio.