Marzo de 2023. Madrugada sin lluvia en Járkov . Un tráiler refrigerado a 18 grados bajo cero está preparado para abrir puertas. Científicos, técnicos y sus familiares en los puestos asignados. La discreta operación para salvar de las bombas 51.004 variedades de semillas de Ucrania, con el traslado de las valiosas pepitas en sobres herméticos desde un almacén desprotegido de la ciudad hacia otras coordenadas más seguras dentro del país, pudo realizarse tras casi un año de preparativos. Recayó sobre un grupo de ciudadanos anónimos la responsabilidad de garantizar a Ucrania, y al mundo, el acceso a un tesoro escondido en el ADN de los distintos tipos de trigo, cebada, guisantes, garbanzos, forrajes o girasoles del país conocido como el granero de Europa. Cada secuencia determina que resistan mejor la sequía, o las lluvias torrenciales, o la salinidad del agua, o determinadas plagas... y todas conforman su vasta y genuina biodiversidad agrícola y posibilitan multitud de cosechas diferentes ante las inclemencias de los tiempos. Misión cumplida. "La colección de trigo blando de invierno, el cultivo de cereales más importante del mundo, consta de más de 16.000 muestras, existe desde hace casi un siglo y comprende especímenes altamente adaptados a las heladas. Y la cebada resistente al calor cuenta con más de 4.500 muestras y es de vital importancia para los países con clima cálido", destaca Pierre Vauthier, jefe de la oficina de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Ucrania. "La colección de cultivos de leguminosas incluye más de 3.000 muestras, algunas creadas a través de siglos de mejoramiento y originarias de la propia Ucrania, y son fundamentales para el consumo humano y animal. Tienen el mayor contenido de proteína entre las plantas (25%-35%) y son completas en términos de composición de aminoácidos. Son la base de una dieta saludable", añade este experto, que considera que el repositorio de Ucrania es un recurso esencial en la lucha contra el hambre y la inseguridad alimentaria mundial. "Y se volverá aún más relevante a medida que se sientan los efectos del cambio climático y el calentamiento global, lo que requerirá una rápida adaptación de la producción de cultivos en muchas partes del mundo", concluye. Ucrania conserva 644 especies cultivadas y de cada de ellas puede haber centenares de variedades. Algunas estaban exclusivamente custodiadas en Járkov, de ahí el riesgo de que saliera dinamitado el almacén. "Estaba muy contento cuando terminamos la operación de traslado. Había muchos nervios. Ha sido muy complicado coordinar con el equipo todo el trabajo previo durante casi un año de empaquetado y etiquetado bajo una guerra. Era una operación arriesgada y no sabías qué iba a pasar al día siguiente", dice ya más tranquilo Viktor Riabchun, director del Banco Nacional de Semillas de Ucrania desde 1991, cuando su país se independizó y montó la sede en Járkov. Habla desde la ciudad alemana de Bonn, adonde han sido invitados los participantes en esa operación de traslado para que, junto a científicos de otros países, diseñen las estrategias para seguir protegiendo ese tesoro. En los últimos meses, mientras las grandes potencias ponían el foco en disputarse las vías de salida del grano ucranio con el pacto del mar Negro, que ahora ha saltado por los aires e inquieta por el riesgo de una gran crisis alimentaria, el científico custodiaba el origen de ese pienso y ese pan del futuro. Organizaba la escuálida plantilla que quedaba disponible para meter en sobrecitos de aluminio una media de 80 semillas de cada una de las 51.004 variedades y que cada una de ellas incorporara sus datos de pasaporte correspondientes, todos escritos a mano en pegatinas. Ahora, ya protegidas, esperan multiplicarlas para llevarlas a más ubicaciones e incluso compartir réplicas con el Banco Mundial de Semillas de Svalbard, en Noruega, conocido como el Arca de Noé vegetal por conservar en un búnker flanqueado de nieve más de 6.120 especies de simientes del planeta. "Los bancos de semillas son importantísimos para la vida humana en la tierra", relata emocionada Lise Lykke Steffensen, directora del Centro Nórdico de Recursos Genéticos NordGen, organización implicada en la gestión del banco de Svalbard. "Tienen un gran impacto en la biodiversidad, contra el cambio climático... Aunque a veces la gente no lo sepa. Por eso cuando estalló la guerra empezamos a preguntarnos ¿qué podemos hacer allí? La colección de Ucrania es fascinante". Steffensen fue una de las artífices del dispositivo internacional para el traslado de semillas de Járkov y, ya en Bonn, puede abrazar a Riabchun y al resto del equipo de científicos y técnicos implicados en la gesta, para la que pidieron ayuda económica y logística a FAO, a la UE y a la Academia Nacional de Ciencias Agrícolas de Ucrania, entre otras entidades. Ahora la prioridad es conservar las 51.004 variedades en su nuevo destino, duplicarlas para reducir el riesgo de pérdidas y formar a los profesionales ucranios en la actualización de los sistemas de documentación del material. "Hemos acordado renovar los softwares para hacerlos más compatibles con los internacionales y mejorar las instalaciones necesarias dentro de Ucrania", declara Luigi Guarino, científico jefe del fondo Crop Trust, anfitrión en el cónclave alemán celebrado a principios de este verano. "Este momento en Bonn es muy interesante, porque asistimos al punto en el que un proyecto pasa de ser de emergencia a desarrollo", reflexiona Álvaro Toledo, subsecretario del Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos de la FAO. Recuerda cómo para conseguir financiación del departamento de emergencias del organismo se esforzó en demostrar que salvar estas semillas también era prioritario para la seguridad alimentaria. "No solo para la población de Ucrania, también para la humanidad. Tienen tipos de cultivos diferentes a los del resto del mundo, como el triticale, un trigo hibridado con centeno que sirve como forraje; o el trigo sarraceno", detalla Toledo. El desafío era simultanear la provisión de alimentos o la apertura de fuentes con una operación insólita. Tatyana Zaugolnikova coordinadora nacional de proyectos de la FAO en Ucrania expone: "Era una propuesta muy diferente a lo que normalmente se brinda como apoyo humanitario en situaciones de emergencia, cuando además la guerra estaba escalando. Sin embargo, debido a la importancia del asunto, la FAO tuvo que responder a tiempo", explica. Ella, junto a Tetiana Bryvko, técnica en desarrollo de la organización, espiran al unísono, cierran los ojos y relajan los brazos cuando recuerdan haber superado aquella madrugada de marzo. "Sentíamos una fuerte presión en el pecho cada día por la complejidad y la relevancia de la transferencia", dice Bryvko. Detrás quedaban cientos de gestiones para conseguir cajas de cartón para almacenar los 51.004 sobrecitos de semillas en 20 palés y decenas de documentos para que el personal militar y de seguridad no abriera el camión en los controles militares de carretera. "Incluso contamos con un experto específico para que en cada puesto de control fuera explicando en detalle la naturaleza especial de esta operación y el riesgo que corrían las semillas si las condiciones de temperatura se veían afectadas. Hubo muchas llamadas, explicaciones para verificar la información proporcionada y comprobaciones... muchas discusiones estresantes, pero afortunadamente, todo salió muy bien", especifica Zaugolnikova. Las dos, junto a Riabchun y otros miembros de la delegación Ucrania en Bonn, aprovechan el viaje a Alemania para visitar el Instituto Leibniz de Genética Vegetal e Investigación de Cultivos IPK, en Gatersleben, que dispone de tecnología puntera. Riabchun traspasa la puerta de 20 centímetros de ancho de la cámara refrigerada del banco de semillas del IPK, llena de botecitos transparentes pero coloreados por las joyas orgánicas dispuestas en baldas del suelo al techo en estanterías correderas, como las de los archivos de fondos documentales. También fotografía en un laboratorio el crecimiento de unas antiguas semillas, justo de 1991, y se detiene a mirar las tomas de agua de los extensos cultivos de experimentación, algunos originarios de la Unión Soviética. Cuenta que en Ucrania también investigan las denominadas semillas de conservación in situ , que crecen en árboles o plantas en su hábitat natural, y estas sí han sufrido daños por la guerra. "Había que seguir cuidando estos cultivos, aunque fuera la guerra. Pero muchas veces no nos dejaban pasar porque podía haber minas en los campos. En uno de ellos había vacas pastando, así que esa zona probablemente sería segura. Pedí permiso para entrar y pude recoger algunas". A lo que se resiste es a elegir una especie favorita. "Las necesitamos todas. Es muy importante crear la mejor variedad para cada cultivo y así poder alimentar a la gente. Tenemos soja, cebada, arroz, uvas, frutos rojos, cerezas, girasoles...", enumera Riabchun. Y se detiene en uno de los aspectos más relevantes de biodiversidad: subraya que cuantas más variedades haya, y más diferentes sean, más riqueza, cualidades y capacidad de adaptación a las nuevas necesidades habrá. "Hay algunas que son importantes ahora, pero no sabemos las que vamos a necesitar en el futuro", insiste, y agradece la cooperación internacional, que espera que prosiga. "La colección está ahora en un lugar seguro" , declara en una nota Christian Ben Hell, director del sector de Agricultura en la Delegación de la UE en Ucrania, "pero se necesita más trabajo para garantizar una solución sostenible a largo plazo. Lo que también implica mejorar el sistema de información de los recursos fitogenéticos con un soporte informático moderno". Tras la reunión en Bonn, Riabchun ya planea que el país se sume al Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos, reparar y mejorar las instalaciones y organizar a la plantilla repartida por una veintena de sedes de investigación del país para formarse y poder generar así sinergias internacionales. Y concluye con el deseo de un país sin guerra para enraizar estos nuevos desafíos. "Que todo esto acabe cuanto antes".