¿Son los plaguicidas realmente necesarios para alimentar el mundo?

09/01/2019
En: lavanguardia.es
Digital
La población mundial aumenta exponencialmente y esto implica más producción de alimento . A fin de satisfacer toda la demanda, los productores se sirven del uso masivo de plaguicidas , herbicidas y fertilizantes para producir más y evitar que las plagas acaben con los cultivos . No obstante, esto no es gratis, ya que la elevada toxicidad de estos compuestos causa la muerte de millones de especies. Los plaguicidas más agresivos están prohibidos desde hace años en los países de la Unión Europea, pero se siguen encontrando en las cuencas hidrográficas de muchos ríos. Además de afectar a las especies animales y vegetales , según la ONU , el uso inadecuado de estas substancias provoca la muerte de 200.000 personas al año , especialmente en países en desarrollo. Pero, ¿son los plaguicidas realmente necesarios para alimentar el mundo? Un artículo científico publicado este mes de enero en la revista especializada Communications Biology revela que no y propone a los enemigos naturales como alternativa a los plaguicidas. Se trata del control biológico de plagas y los expertos aseguran que alivia la presión sobre la tierra y contribuye a la conservación del entorno natural. Los autores del trabajo son un grupo de investigadores de la Universidad de Agricultura y Silvicultura de Fujian (China) y el Centro de Cooperación Internacional en Investigación Agronómica para el Desarrollo (CIRAD, por sus siglas en francés) que comprende desde entomólogos expertos en insectos-, hasta biólogos especializados en conservación de ecosistemas, agroecólogos y geógrafos. El objetivo de los expertos es eliminar la creencia generalizada de que el control biológico de plagas representa un peligro tanto para los cultivos como para la humanidad porque es menos efectivo. Para dar cuenta de ello, los investigadores se centran en uno de los mayores enemigos de la yuca ( Manihot esculenta ), un arbusto extensamente cultivado en América, África y Oceanía por sus raíces con almidones de alto valor alimentario. Los resultados del trabajo van dirigidos, principalmente, a los productores de Tailandia, Vietnam, Camboya y Laos, que abarcan casi la totalidad del mercado mundial de exportación de yuca, pues ofrecen una solución efectiva para frenar la proliferación de la cochinilla de la yuca ( Phenacoccus manihoti ), un insecto que comenzó a devastar extensas áreas de cultivos de yuca en Tailandia en 2008. Gracias al control biológico los cultivos de yuca han mejorado sustancialmente en Tailandia (Communications Biology) Entonces los agricultores reaccionaron rociando sus campos con insecticidas tóxicos que suponían un riesgo elevado para las personas y el medio ambiente. Sin embargo, la respuesta estaba justificada porque llegaron a perder el 20 % de las ganancias previstas para aquel ejercicio. Tras lo ocurrido, las autoridades tailandesas pidieron ayuda al Instituto Internacional de Agricultura Tropical de Benín, que décadas antes había ayudado a varios países de África a controlar esta plaga. Lo consiguieron introduciendo la avispa parasitaria de la especie Anagyrus lopezi, que deposita sus huevos en la cochinchilla de la yuca. Las larvas contenidas en los mismos se alimentan del hospedador, con lo que acaban con él rápidamente. Dado el éxito en África, la misma técnica se implementó en Tailandia en 2010 y, gracias a ello, se recuperaron gran parte de las hectáreas infestadas en 2008 y también se redujo significativamente la desforestación. En este sentido, una serie de imágenes satelitales publicadas ahora muestran una reducción del 30 a más del 90 % de la deforestación en algunos puntos. La yuca, también conocida como mandioca, es un producto muy versátil, ya que con ella se pueden elaborar desde piensos hasta productos industriales tales como adhesivos o papel, además de servir también a la industria farmacéutica y, como no, a la alimentaria. Artículo científico de referencia: Biological control of an agricultural pest protects tropical forests. K. A. G. Wyckhuys et al; Communications Biology . Jan, 07. DOI: 10.1038/s42003-018-0257-6
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