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Siete vinos tintos de Aragón, recios y elegantes

15/03/2024
En: elpais.com
Digital
Pocas zonas vitivinícolas españolas atesoran tantos contrastes como Aragón, con provincias tan dispares como la pirinaica Huesca, la ribereña Zaragoza, y la serrana y rodena Teruel. La diversidad geográfica, enmarcada por las cordilleras del Sistema Ibérico en el sur, los Pirineos en el norte, y la gran zona llana en el centro, se corresponde con una gran variedad de microclimas y suelos. Todo un pequeño continente donde el vino adquiere el fuerte carácter que imprime sus tierras pobres y secanas, de grandes contrastes térmicos. Por contra, se beneficia de la impresionante protección montañosa del Moncayo, los Pirineos, y el Sistema Ibérico, que la resguardan de los vientos fríos y húmedos del norte y noroeste, lo que facilita la viticultura ecológica y garantiza vendimias sanas. Sus inviernos templados, veranos cortos, secos y calurosos, por ser zona de encuentro climático entrecruzado de continental, atlántico y mediterráneo, se asemeja a zonas tan prestigiosas como Côteaux de Hermitage y Côtes du Rhone. La imagen y calidad de los vinos son otra cosa. En Aragón se dan las condiciones para elaborar grandes vinos, con fuerte personalidad. Su aureola de tintos recios de garnacha y cariñena traspasó fronteras y fue arquetipo ideal de vinos robustos cantados por el romano Marcial. En el siglo XII tenía en Jaca un importante centro vitivinícola, y Egea de los Caballeros gozó de gran prestigio en el medievo. En Cariñena, Felipe II pudo admirar, camino de las Cortes de Monzón, dos fuentes de vino, tal como relata su cronista Enrique Cock. Sin embargo, a lo largo de las últimas décadas, los vinos aragoneses se han ido creando una pesada losa que forma parte de su historia: los graneles de exportación. Una condena que si ayer dio sustanciosos beneficios con un trabajo fácil y despreocupado, hoy no tiene mucho porvenir. De ahí que sea digno de mención el trabajo de algunos bodegueros y enólogos, empeñados en recuperar ese prestigio histórico con una visión moderna y dinámica. Un buen ejemplo es Somontano, con el epicentro en Barbastro. Una Denominación de Origen joven, donde la mayoría del viñedo ha tenido que ser reestructurado, pero donde sus mejores bodegas tienen un claro espíritu vanguardista. Todo lo contrario ocurre en Cariñena, famosa ciudad de vinos recios, donde nació la variedad del mismo nombre extendida por medio mundo, pero que apenas ocupa lugar en su viñedo. Alcanzó fama pareja a la de Rioja, pero se quedó adormecida en la inercia del propio éxito, si bien ha vuelto a resurgir en los últimos años. Mientras, Calatayud, donde la vieja garnacha tinta lucha por la supervivencia en laderas empinadas de hasta 1.100 metros, busca realzar sus excepcionales condiciones y superar la posición cómoda que le otorga el mercado del granel. Por su parte, las empresas más inquietas del Campo de Borja realizan un loable esfuerzo para que sus vinos adquieran el reconocimiento nacional e internacional. Aunque aún perdura el cooperativismo a la vieja usanza que rompe la complicidad del viticultor y el bodeguero, e impone la tradición de la cantidad y el grado alcohólico, cada vez más bodegas, y algunas cooperativas, están iniciando una lenta pero firme recuperación. Sus vinos poderosos, pero refinados, complejos y personales, empeñados en conquistar la elegancia que define a los grandes, están dibujando el futuro vitivinícola de Aragón.
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