La variedad verdejo, que en Rueda tiene asiento y fama, hace tiempo que ha superado felizmente un inmerecido estancamiento debido al poco atractivo de vinos acerbos, poco aromáticos e insustanciales. Eso atrajo a bodegueros de otras zonas como Ribera del Duero y Rioja, decididos a elevar el listón de calidad para incorporar los vinos de una denominación de origen emergente a su oferta, reducida o pobre, de blancos. El ejemplo más claro es el de Marqués de Riscal. De la mano de Paco Hurtado de Amézaga, biznieto del fundador de la histórica bodega, se instaló en Rueda en la década de los 70. Compró viñedos y en 1974 plantó las primeras cepas de sauvignon blanc con el asesoramiento del enólogo y profesor francés de la Universidad de Montpellier, Denis Boubals, revolucionando las prácticas vitivinícolas. Aunque con su potencia aromática, arrinconó aún más a la contenida verdejo en la división de las uvas mediocres. A él se unieron otros esforzados viñadores como el francés castellanizado Didier Belondrade, padre del primer verdejo borgoñón, estilo que terminaría por imponerse entre los grandes. O José Pariente, y audaz su apuesta por la singularidad varietal. O Nieva que, con su Pie Franco, marcó un hito. Para culminar con la bodega Ossian, un proyecto impulsado por el exgerente del Consejo Regulador de Ribera del Duero, Javier Zaccagnini, hoy propiedad del grupo Alma de Carraovejas, basado en cepas con más de 150 años, que como gruesos troncos de árbol emergen sobre una capa de fina arena, e hincan sus raíces directamente en el suelo bajo una luminosidad reverberante en el limpio cielo azul velazqueño de las tierras altas segovianas. Viejos y retorcidos náufragos en una playa castellana salvados de la desaparición. Pero la fama le viene de lejos a la verdejo. Tras descartar una supuesta hibridación entre las variedades castellana blanca y savagnin (traminer) , hoy sabemos que llegó a la península con los mozárabes. Hay datos que evidencian su cultivo en tierras castellanoleonesas en el siglo XI, durante el reinado de Alfonso VI, impulsado por la repoblación de la cuenca fluvial del Duero. Durante siglos fue considerada una variedad importante, particularmente en Rueda. Hoy, según el Registro Vitícola del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, de las 25.309 hectáreas plantadas, la inmensa mayoría, 19.054, están en Castilla y León, y 10.520 hectáreas en Rueda. Los vinos se especializaron en las prestigiosas tipologías de dorados y pálidos, con largas crianzas en damajuanas, primos actuales de los generosos y rancios, que tuvieron su época de esplendor en el Siglo de Oro. Pero la filoxera causó estragos, como en tantos sitios, de los que no se recuperó hasta que la pujanza de los blancos jóvenes permitió a las bodegas ofrecer sus vinos de verdejo con excelente relación calidad-precio. Hoy Rueda ofrece una amplia gama de tipos, elaboraciones y calidades, algunos excelsos a precios altos que se encuentran entre lo mejorcito de nuestro país. Y algunos se codean con los mejores del mundo. Pero también los hay muy buenos aprecios moderados. Estos seis vinos son un buen ejemplo. Puedes seguir a EL PAÍS Gastro en Instagram y X .