Savia nueva para salvar el melón dorado de Ontinyent
Otra firma familiar mantiene vivo el legado de una variedad histórica
El agricultor Joan Ferrero, en plena recolección de sus melones dorados. | PERALES IBORRA
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Joan Ferrero encara la recta final de su cosecha con un sentimiento que raras veces acompaña al agricultor: el optimismo. Este año recolectará unos 8.000 kilos de melones dorados, una preciada variedad autóctona que se cultiva desde hace 600 años en Ontinyent. Son 2.000 kilos más de los que tenía previstos. Este joven labrador sostiene sobre sus espaldas prácticamente la totalidad de la producción 100% ecológica que en esta campaña comercializará la Cooperativa Onteniense bajo la marca «Meló d'or», creada por el Ayuntamiento de Ontinyent en 2012 para garantizar la protección y supervivencia del fruto bajo unos estándares de calidad.
José Vidal y sus dos hijos en el almacén de la marca «Melones Diamante». | PERALES IBORRA
Una década después, el número de productores ligados al proyecto se ha duplicado (han pasado de tres a seis), pero siguen haciendo falta más para asegurar una producción estable y satisfacer la demanda que hay del producto solo en la localidad. Este año la mayoría de ellos no han podido obtener una cosecha mínima para la venta por las dificultades que entraña cumplir los requisitos exigidos para el cultivo de este fruto de secano regado exclusivamente con agua de lluvia, que se suman a los destrozos provocados por los conejos y los robos.
Javier Ferri es otro joven agricultor que sí ha conseguido sacar adelante sus característicos melones. Unos 2.000 kilos irán a la cooperativa, que paga a un precio muy elevado impensable con otros cultivos -1,37 euros el kilo- aunque la mayoría los venderá a clientes privados porque la entidad agraria suele pagar pasados unos meses y él necesita liquidez. Con suerte, un palé acabará en Francia, un país en el que «cuesta entrar» la fruta ovalada.
Una tradición rescatada
Joan y Javier integran una asociación recién creada para relanzar el «meló d'or» con la vista puesta en atraer a otros jóvenes productores no solo de Ontinyent, sino de toda la comarca, sumando fuerzas y compartiendo conocimientos. Hace falta savia nueva. El principal desafío es conseguir una marca pública que sea reconocida con un sello de calidad y que vaya acompañada de una infraestructura que permita hacer rentable el cultivo y abrirlo a nuevos mercados. «Lo que paga la cooperativa no se suele cobrar en ningún sitio. Este melón si lo haces bien te lo quitan de la manos: hay demanda de sobra», señala Javier, que echa en falta más apoyo de la administración para mejorar las condiciones actuales.
Por ahora, el Ministerio de Agricultura acaba de incluir el melón amarillo ontinyentí en el registro de variedades de conservación de España por sus excepcionalidades cualidades. De él destacan su sabor, su dulzura y su alta capacidad de conservación durante meses. «El soldado imperial es tan bueno o mejor que los melones de oro», dicen que respondió Churchill cuando un parlamentario le acusó de cobardía en la evacuación de Dunkerque.
Al margen de la marca municipal, la empresa Melones Diamante es otro ejemplo de cómo rescatar una tradición que prácticamente se había perdido como negocio solvente por las dificultades para competir con otras variedades de melones más asentadas y más baratas.
Esta pequeña firma es heredera una de las casas que hicieron grande el fruto de Ontinyent y que lo exportaban a Francia e Inglaterra en su época de esplendor, antes de la Guerra Civil. En 2011, en plena crisis, José Vidal, rebuscó en sus raíces familiares y decidió dar un giro profesional a su vida -es ingeniero topógrafo- para resucitar un proyecto «ilusionante y romántico» en el que le ayudan sus dos jóvenes hijos. Melones Diamante comenzó a vender una producción aceptable hace 7 años. Aunque lo dice mirando al cielo, esta campaña está sido buena y la marca espera comercializar unos 11.000 kilos de un «producto totalmente artesanal», una parte del cual se distribuye a diferentes ciudades de España. Vidal no oculta que el melón amarillo «es caro y cuesta colocarlo fuera», pero la historia que le precede bien merece el esfuerzo.
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