Fortalecer la cooperación y fomentar la integración, reducir barreras y reducir la burocracia, inspirarse en la excelencia ajena y a la vez conservar el espíritu que da a Europa su identidad: el modelo social encarnado por el Estado del Bienestar. Bajo estas premisas, en su tan ansiado informe sobre el futuro de la competitividad del Viejo Continente , Mario Draghi dibuja una hoja de ruta para que recobre el vuelo la actividad de los Veintisiete, ahora atrapada entre dos gigantes -EE UU y China-, con una productividad estancada, una industria ahogada y rezagada en la carrera para liderar las grandes transformaciones del siglo, como la revolución tecnológica y el cambio climático. El documento reconoce que impulsar la competitividad supone un reto que es mayúsculo, y que no se puede llevar a cabo olvidándose los grandes logros del proyecto comunitario -asegurar que el aumento de la productividad vaya de la mano de la inclusión social, a diferencia de lo que ocurre en países como EE UU, seguir fomentando la convergencia territorial, fomentar el diálogo social y la participación de la sociedad civil-. Para ello, propone toda una serie de recetas que se recogen a continuación y que se pueden resumir con un mayor apoyo público a los sectores claves, una reducción de las cargas burocráticas y una efectiva coordinación entre Estados miembros. Dar un acelerón a la integración del mercado único europeo es clave para empujar la competitividad europea, según señala el ex primer ministro italiano a lo largo de todo el informe. Aunque no dedique un capítulo específico a este asunto, vuelve a aparecer de manera constante como si se tratara de un leitmotiv que recorre el esqueleto de toda su propuesta. Los beneficios de la unión son numerosos, detalla el documento: haría más resilientes las cadenas de suministro, permitiría crear un mercado energético común más amplio y competitivo -ya que ahora las empresas europeas soportan precios más altos que sus competidoras-, movilizaría un mayor volumen de recursos financieros privados y permitiría que tanto las nuevas y pequeñas compañías innovadoras como las más grandes se beneficiaran de sinergias y economías de escala. La industria europea ha pasado de ser la alumna aventajada a convertirse en una corredora agotada que lucha para llegar a la meta. Para volver a escalar posiciones a nivel global, según Draghi, hace falta una nueva política industrial que interactúe con la de competencia y comercial en una estrategia conjunta. En este sentido, el foco no tiene que estar en las empresas, sino en los sectores; se debe aumentar, con consenso y sin que se generen duplicidades, el apoyo público en la iniciativa privada -razón de tantos rompecabezas y choques entre las distintas almas que conforman el bloque- y hay aflojar las restricciones impuestas por las reglas de Competencia. El objetivo prioritario es cerrar la brecha en innovación con EE UU. Según el economista, aunque Europa haya desaprovechado la primera carrera de la digitalización, la de internet, no está todo perdido; hay sectores, por ejemplo la robótica y la inteligencia artificial (IA), donde hay margen para asumir el liderazgo. El problema, señala, es que las empresas que se dedican a ello suelen encontrar obstáculos para atraer financiación, y por ello propone integrar "verticalmente" la IA en la industria europea y facilitar los mecanismos de financiación y reducir barreras burocráticas, lo que podría suponer un revulsivo en áreas punteras como la farmacéutica, la de insumos médicos, la automoción y en general el transporte. En la misma línea se encuadra la reflexión sobre la investigación y el desarrollo. Según el informe, la inversión europea ha tendido a centrarse en tecnologías maduras y en sectores con tasas de crecimiento de la productividad que se están desacelerando. Además no hay suficientes instituciones académicas de excelencia en este ámbito, el gasto público de los Estados miembros en I+D es insuficiente y no está enfocado hacia sectores punteros como ocurre en EE UU, donde la gran mayoría de la inversión en I+D se lleva a cabo a nivel federal. Aquí solo una décima la realiza la UE. Por ello, el expresidente del BCE recomienda reformar el programa marco de la UE para I+D+i en cuanto a enfoque, gobernanza y capacidad financiera, acotando áreas, destinando más recursos a la innovación disruptiva y reduciendo la burocracia, además de aumentar su presupuesto. A la vez, recomienda una mejor coordinación entre Estados, con la creación de una Unión de Investigación e Innovación y la consolidación de instituciones académicas que estén a la vanguardia y cuenten con financiación suficiente. "La UE debe volverse tan atractiva para los inventores como otras regiones líderes en innovación", señala. También recomienda reducir las barreras burocráticas a la gestión de los derechos de propiedad intelectual así como sus costes, con la adopción de una patente unitaria en todos los Estados, y repensar los sistemas de educación y formación, para que respondan mejor "a las cambiantes necesidades y carencias de competencias",. Aunque sea crucial proteger los sectores claves y las empresas punteras, el informe cree que la regulación debe facilitar, y no frenar como ocurre ahora en muchas ocasiones, la entrada de nuevos competidores, y en lugar que ser una barrera debe pasar a ser un impulsor de la productividad, la innovación y la inversión. En ese caso, sugiere, por ejemplo, que las evaluaciones de las fusiones deben también tener en cuenta el impacto que tendrán en la innovación en el futuro, un área clave en la que Europa necesita ganar terreno para mejorar su productividad. Recomienda, por ejemplo, facilitar la consolidación en el sector de las telecomunicaciones "para lograr un verdadero mercado único, sin sacrificar el bienestar del consumidor ni la calidad del servicio". En este sentido, recomienda definir los mercados de telecomunicaciones a nivel de la UE, en lugar de a nivel de los Estados miembros. El informe Draghi, como no podía ser de otra forma, analiza cómo financiar el ingente despliegue de recursos necesarios para que la economía europea invierta en los sectores prioritarios -digitalización, descarbonización, capacidad de defensa- y recupere el brío. Y sugiere que sea lo público, con instrumentos como una emisión conjunta de deuda como ocurrió con el plan de recuperación, quien coja el timón para alimentar la inversión que se precisa ante la imposibilidad del sector privado para movilizar semejantes cantidades, de entre 750.000 y 800.000 millones de euros al año. En concreto, "avanzar hacia la emisión de activos [de deuda comunes] para sufragar proyectos de inversión conjuntos entre los Estados miembros y contribuir a la integración de los mercados de capitales". La transición energética es quizás el gran reto del siglo, más en Europa, con una elevada dependencia del extranjero y donde los objetivos fijados de descarbonización son más ambiciosos. Un escenario que supone una disyuntiva: cómo preservar la competitiva de la industria local, que se enfrenta a mayores costes, y a la vez seguir luchando contra el cambio climático. Según el informe, es necesario "un plan conjunto de descarbonización y competitividad en el que todas las políticas estén alineadas con los objetivos de la UE". Esta estrategia también pasa por aumentar el apoyo público para limar las externalidades negativas causadas por la transición. A la vez, propone desarrollar la gobernanza necesaria para "una auténtica Unión de la Energía", para que las decisiones de relevancia transfronteriza se tomen de manera centralizada, y el desarrollo de un plan de acción industrial para el sector de la automoción. El complicado contexto geopolítico, con una guerra en el corazón de Europa y el polvorín de Medio Oriente, han creado, según el documento, nuevas necesidades de gasto en defensa y capacidad industrial relacionada a esta área. El coste de estas inversiones, señala, puede mitigarse mediante la cooperación y, en concreto, el desarrollo de una "política económica exterior" basada en la obtención de recursos críticos. Para ello, propone crear una Plataforma de Materias Primas Críticas de la UE, que se dedique a compras centralizadas. En cuanto a sectores estratégicos, sugiere maximizar los esfuerzos conjuntos en la innovación en semiconductores y su presencia en los segmentos de chips más avanzados. "A falta de un gasto europeo común, las acciones políticas para el sector de defensa deben centrarse en agregar la demanda e integrar los activos industriales de defensa". El informe aboga por reformar y simplificar los mecanismos de funcionamiento de la UE, a través de una mayor coordinación y una reducción de los obstáculos regulatorios. En concreto, recomienda establecer un nuevo marco de coordinación de la competitividad para fomentar la cooperación en áreas prioritarias, escogidas por el Consejo Europeo al comienzo de cada ciclo político. Este marco se dividiría en Planes de acción de competitividad para cada prioridad estratégica, con objetivos, gobernanza y financiación bien definidos, con el ojo puesto en la minimización de la burocracia la mayor participación posible de Estados miembros, técnicos, el sector privado e instituciones y agencias de la UE. Todo ello debería ir acompañado de los recursos.