A pesar de que la regulación frenó su salto industrial, las soluciones activas que ayudan a alargar la vida de los alimentos ya tocan las puertas del mercado Falta que den el salto en masa al mercado. Pero ya está aquí una nueva generación de superenvases que ponen freno al desperdicio alimentario. Están diseñados para interactuar con los alimentos. Algunos absorben la humedad, el oxígeno o el etileno mejorando así la conservación ... del producto y retrasando su deterioro. Otros emiten sustancias como CO2, iones de plata o aceites esenciales o extractos vegetales para proteger, por ejemplo, carnes y pescados de microorganismos, bacterias y hongos, que pueden causar infecciones como la salmonella. Los hay que desprenden antioxidantes para mantener la frescura y el valor nutricional de frutas y verduras. A veces son film, o tintas o líquidos que se imprimen en embalajes de cartón o de plástico. Los más avanzados son nuevos materiales que incorporan esas sustancias activas en su propia formulación. Una batería de disruptoras tecnologías de la industria del 'packaging' que sirven para prolongar la vida útil de alimentos perecederos, mejorar su calidad y garantizar mayor seguridad. Se trata de nuevas herramientas que van a cumplir una importante función en años venideros. Porque hasta Naciones Unidas se ha propuesto combatir el desperdicio alimentario a nivel mundial. Es el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 12 de la Agenda 2030, donde se dispone que para 2030 hay que reducir a la mitad el desperdicio de alimentos por habitante y también a lo largo de las cadenas de producción y suministro. Algo a lo que también se ha comprometido la Unión Europea. Y España a través de la Ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario, en trámite parlamentario. En concreto, esta norma recoge la necesidad de reducir el 50% de los residuos alimentarios (gran parte es desperdicio) per cápita en la venta minorista y a nivel de consumidor y el 20 % de las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro. María José Pérez-Barco Startups y centros tecnológicos exploran las posibilidades de los recubrimientos y recipientes comestibles como innovador aliado en la guerra contra el plástico Cifras de desechos Ambiciosos objetivos si se tiene en cuenta que en la Unión Europea se calcula que un 40% del desperdicio se concentra en el consumidor y otro tanto en la transformación y fabricación. Según datos del Ministerio de Agricultura, en 2020 los hogares españoles tiraron a la basura más de 1.300 millones de kilos de alimentos, una media de 31 kilos por persona. Un desperdicio que también imprime su huella de carbono. En España es responsable de la cuarta parte de las emisiones totales del sistema agroalimentario. Además absorben una gran cantidad de recursos que también terminan en saco roto. Según el Informe especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), casi un 30% de la superficie agrícola del mundo se usa anualmente para producir alimentos que se pierden o desperdician. Terrenos que podrían tener otros usos mucho más rentables y sostenibles. Así que los envases activos se alzan como una solución más que contribuye a mermar todo ese derroche. Y además son valiosos aliados para un país como España, que es la octava potencia exportadora agroalimentaria del mundo y la cuarta de la Unión Europea, porque garantizan la conservación y alargan la vida útil de los productos que viajan a otros destinos fuera de nuestras fronteras. Alargan la vida «Los envases activos son una alternativa más para prolongar el tiempo de vida útil de los alimentos y poderlos consumir en condiciones aptas. Si lo habitual es que una fruta u hortaliza fresca se estropee a los 4 días, con estos envases podemos extender su vida a 8 o 10 días, reduciendo así las pérdidas de alimentos», afirma Rafael Gavara, responsable del Grupo de Envases del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos del CSIC. «Además mejoran el aspecto visual que es importante para el consumidor y facilitan la conservación durante el transporte a p untos lejanos», añade Alicia Naderpour, investigadora del Grupo de Envases del Instituto Tecnológico del Plástico (Aimplas). Europa ha llegado más tarde a la comercialización de los envases activos, que fueron regulados en 2004. «Hemos sido más restrictivos. Japón y Australia son los líderes en su implantación industrial», apunta Gavara. El hecho de que este tipo de envase resulte más caro en un mercado como el 'packaging', tremendamente competitivo y donde se mueven grandes volúmenes, puede estar también retrasando su industrialización masiva. «Los envases activos pueden suponer un 10% más de coste con respecto a uno convencional, pero si reducimos un 20% la pérdida de alimentos compensan muchísimo», asegura Gavara. El mercado Al mercado no han llegado todavía los envases activos más avanzados que están desarrollando centros de investigación e institutos tecnológicos. «Lo que nos encontramos en el mercado son almohadillas o bolsitas que se introducen en el interior de bandejas de carne, por ejemplo, para absorber el exceso de humedad. Otros desarrollos comerciales no son percibidos por el consumidor. Por ejemplo, las cajas de frutas y verduras que suelen estar recubiertas por una película de líquido en cuya formulación se incorporan sustancias activas con propiedades antioxidantes o antifúngicas», cuenta Alicia Naderpour. IATA-CSIC es uno de los centros de investigación que trabaja en esta tecnología desde hace más de dos décadas. Ha desarrollado un envase al que se le ha incorporado aceites esenciales de plantas como la canela, el romero o el orégano para inhibir el crecimiento microbiano en los alimentos. También han conseguido envases con agentes antioxidantes naturales que evitan la oxidación del producto. «Ahora trabajamos en envases de ensalada preparada. Las actuales bolsas llevan mezclas de ensalada que al cabo de 4 o 5 días se ennegrecen por procesos fermentativos. En nuestros envases reducimos el crecimiento microbiano y potenciamos la frescura de las ensaladas, prolongando su vida a los 10 o 12 días. Son envases a base de extractos naturales y materiales biodegradables», cuenta Rafael Gavara. Aprovechar residuos Aimplas aprovecha los residuos de la industria alimentaria para extraer las sustancias activas que después incorpora a envases que interactúan con los alimentos, revalorizando así esos desechos. El proyecto Guacapack busca retrasar la oxidación del guacamole. Para ello «de los huesos y de la piel de aguacate extraemos polifenoles que tienen capacidad antioxidante. Se incorporaron a un material plástico y obtuvimos una tarrina, que por contacto directo con el guacamole retrasa su oxidación aumentando su vida útil un 15%», expone Naderpour. En el proyecto Go Orleans, Aimplas utiliza el suero lácteo que se genera como residuo en muchas pequeñas queserías para fabricar un recubrimiento activo con propiedades antifúngicas. Este suero se imprime en los envases que protegen los quesos y permite alargar su vida entre un 25 y 50%. Y en el proyecto europeo BiOrangePack, Aimplas trabaja en aprovechar residuos de cáscara y pulpa de cítricos. «Por procesos de fermentación, se obtiene un suero con propiedades antifúngicas que se utiliza como recubrimiento en comestibles. Por ejemplo, se aplica a las propias naranjas», dice Naderpour. La empresa murciana Flexomed ha desarrollado un envase activo que absorbe etileno, una hormona vegetal natural que es crucial en el proceso de maduración de frutas y hortalizas. En sí, se trata de una barqueta, un pequeño envase de cartón, donde se coloca el alimento y se envuelve en un film con propiedades para recoger el etileno. «Alarga la vida útil de los tomates 8 días más con respecto a un envase que no tiene este tratamiento», indica Christian Bajac, CEO de Flexomed. «Agregamos componentes químicos al polietileno para que en la interacción con el contenido del envase y el propio material se cree una especie de microclima que absorbe el etileno, un gas que va desprendiendo cualquier alimento en su proceso de descomposición. Las cajas de tomates cherrys tienen agujeros para que escape ese gas. Pero nosotros tenemos un film que lo absorbe y retrasa la maduración del tomate», cuenta Bajac. Este envase, dado a conocer bajo el nombre Enbox LongLiFe, fue desarrollado con fondos del CDTI (Centro para el Desarrollo Tecnológico y la Innovación) y testado en el Centro Tecnológico de la Conserva. Acaba de ganar uno de los premios, WorldStar Awards 2025, el concurso de 'packaging' más importante del mundo. Ahora Flexomed ha conseguido la segunda generación que permite alargar la vida de los tomates entre 11 y 22 días. «No hay un mercado asegurado para este tipo de producto. Los fabricantes de 'packaging' nos estamos adelantando con estas soluciones pero los productores de alimentos están retardados y no ven claro pagar uno o dos céntimos más por este tipo de envase», considera Bajac. Alimentos poscosecha El centro tecnológico Aitiip también está revalorizando residuos alimentarios que se desperdician tras la cosecha, bien porque no tienen el tamaño adecuado o el aspecto estético necesario para ser comercializados. «Son desechos que presentan una alta concentración de polifenoles y otras sustancias activas que al ser introducidas en un material o en el interior del envase pueden alargar la vida útil del producto», explica la doctora Carolina Peñalva, responsable de Productos y Soluciones Sostenibles en Aitiip. Esta es una línea de actuación del proyecto europeo Sisters, en el que participa este centro tecnológico. Su objetivo es reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos en las principales etapas de la cadena de valor alimentaria. También compostable De momento han ensayado con brócoli, espinaca, alcachofa y champiñón. «Tienen componentes antimicrobianos y antioxidantes que podemos introducir en un film. Este se puede utilizar como envoltorio de bandejas o en un envase rígido como recubrimiento. Retrasa el crecimiento de microorganismos alargando uno o dos días la vida de los alimentos. Hemos probado con salmón, y también queremos hacerlo con frambuesas y fresas, que son frutas más delicadas. Utilizamos enzimas para que nuestros materiales sean también compostables», especifica Peñalva. A través de su spinoff Tecnopackaging, Aitiip participa en el proyecto Crescere en el que también están implicadas empresas españolas dedicadas a la proteína vegetal (por ejemplo, fabricantes de hamburguesas vegetales). En esta iniciativa, Tecnopackaging se encarga de diseñar un envase sostenible para conservar ese tipo de alimento y que cuente con sustancias activas para evitar el crecimiento de microorganismos. Así nace esta nueva generación de superenvases activos y más sostenibles que plantará cara al desperdicio alimentario.