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La maldición del vino español: los extranjeros aún lo ven 'de supermercado'

16/01/2020
En: elmundo.es
Digital
Pese a que las bodegas autóctonas han remontado en el última década parte de la ventaja comercial y de prestigio de los vinos franceses e italianos, los nuestros siguen siendo mal conocidos fuera Una frase recientemente publicada ha causado sorpresa y alarma en el mundo del vino patrio: "El honor perdido del vino español" . Y saltaban las preguntas entre los aficionados quizá más noveles: ¿cómo? ¿Que ha sido deshonrado? ¿Cuándo, cómo, por quién? ¿Es que antes era grande y ahora está desprestigiado? ¿Qué le ha sucedido?. Bueno, pues esencialmente no le ha ocurrido ninguna deshonra, sino que viene de un largo pasado de escasa fama en los mercados -nacionales tanto como internacionales-, pero desde inicios del siglo XXI no hace sino mejorarla, con la dificultad propia de una situación de brutal competencia mundial , aunque habiéndose ya sacudido buena parte de sus carencias pasadas. Hace menos de medio siglo, en los años 70, los únicos vinos del mundo que costaban un dinero apreciable porque gozaban de una fama universal eran los de cuatro regiones de Francia: Burdeos, Borgoña, Champaña y -unos pocos- del Ródano. Atrás quedaban los breves días de gloria, en el siglo XIX, de vinos dulces y generosos de Jerez y Tokaj ; resistían los de Oporto , en mercados muy limitados como el británico. Los gastronómadas veteranos recordarán lo que era entonces comprar vinos en el mundo. A mediados de los 70, los corresponsales de periódicos españoles en Nueva York gustaban de reunirse a comer en un restaurante a dos manzanas de la sede de la ONU, especializado -ya tiene gracia la cosa- en fondues de queso, porque allí costaba 4 dólares una botella de Imperial de CVNE . En las tiendas neoyorquinas, como Sherry-Lehman, podía encontrarse el Monte Real Reserva de Bodegas Riojanas por 1,80 dólares. Pero no era ninguna maldición española . Fuera de las cuatro regiones francesas famosas, los vinos del Languedoc-Rosellón, Cahors, Beaujolais o el Loira se vendían también muy baratitos, como los españoles. Y en Italia , el otro gran país productor europeo, las cosas no eran diferentes. En Piamonte los más grandes vinos de Barolo se vendían, incluso a finales de los años 80, por unas 10.000 liras -unos 6 euros de ahora-, apenas un poco más que los modestos barbera y dolcetto. Ahora un barolo -de la misma marca de entonces- puede costar 10 o 20 veces más. La historia del vino en estos últimos 40 años ha sido la del esfuerzo de aquellas regiones infravaloradas por ser más apreciadas... y rentables . A las regiones que se esforzaban en Francia, España, Italia o Portugal vinieron a añadirse las del Nuevo Mundo, y en toda esa movida la influencia de los críticos estadounidenses encabezados por Robert Parker resultó decisiva. Los grandes vinos ganaban puntos, glamour... y cotización. Incluidos los españoles. En ese movimiento, Italia se adelantó a España porque no insistió en hacer crecer sus vinos a granel -que no dan o quitan fama a un país porque son anónimos, pero dejan un magrísimo margen de beneficio a sus productores y a los viticultores- y se volcó a los vinos de marca , con muchas más bodegas pequeñas y medianas que España, que son las que crean un bloque variado y apreciado para respaldar a los famosos: Sassicaia y Gaja tenían muchos más competidores domésticos interesantes detrás de sí que Vega Sicilia o Pingus en España. Y quien no podía comprarse una botella de Sassicaia en Estocolmo tenía un cuasi Sassicaia más económico a su alcance. Esa ventaja labrada por los italianos, apoyados por la prensa internacional, y que los franceses de las zonas menos famosas no han logrado igualar, no ha empezado a ser recortada por España, con el apoyo de esa crítica norteamericana, más que en el último decenio. Aun así, el problema típico de este país en el mundo de la gastronomía, que es el de optar por la producción masiva en los niveles más baratos de cada sector, ha retrasado su afianzamiento , pese al esfuerzo de ese número creciente de bodegas pequeñas y medianas. El problema no es de los grandes grupos, generalmente familiares, dedicados a la calidad en todos los segmentos de precios: ahí están los Torres, los Riscal o los Alvear. Tampoco es directamente el de los anónimos vinos a granel, como hemos dicho, aunque éstos -por los que durante tanto tiempo han apostado las administraciones de la mitad sur de España- estén desalentando a los viticultores con sus precios misérrimos de la uva y acabarán teniendo repercusiones serias en el viñedo español. El problema comercial -ya antiguo, y que por tanto nada tiene que ver con un "honor perdido"- es el de la enorme producción de vinos embotellados vulgares y baratísimos por grupos privados de ingentes dimensiones , como Félix Solís o García Carrión, que son los que inundan los anaqueles de Alemania o Gran Bretaña de riojas a dos euros y de ruedas a uno y mantienen esa imagen, la de hace 40 años, de España como país productor de vinos de supermercado y basta. Pese a todo ello, el reciente reconocimiento de los buenos vinos españoles está poco a poco corrigiendo esa imagen, como los italianos supieron hacer antes que nosotros. Lo que sigue faltando es una presentación vigorosa y unitaria de los grandes vinos de España, en vez de esfuerzos aislados de Rioja, de Ribera del Duero, de Rías Baixas . En Italia, el toscano Piero Antinori y el piamontés Angelo Gaja son feroces competidores, pero a la hora de presentar en Nueva York una cata de los grandes vinos de su país los hemos visto sentados juntos en la misma mesa y brindando por su país. Hasta que una unidad de acción semejante no se produzca en España no alcanzaremos un nivel de apreciación como el que han logrado nuestros amigos italianos.
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