Hay paisajes que forman parte de nosotros, aunque no los pisemos cada día. La huerta valenciana es uno de ellos. Basta con salir un poco de la ciudad para ver ese mosaico de verdes y ocres, acequias que siguen el curso del tiempo, naranjos que aún resisten. Es un paisaje que no solo nos rodea: nos define. Un paisaje milenario sin el que es imposible imaginar València. Pero también es un paisaje que se desvanece. Quien conoce la huerta sabe que no se trata solo de una postal bonita. Es uno de los sistemas agrícolas más antiguos y sofisticados de Europa, un legado vivo que se remonta a la época árabe. Y, sin embargo, hoy sobrevive con dificultad. La tierra se fragmenta en parcelas tan pequeñas que apenas dan para sobrevivir. Muchos de quienes la cultivan ya no lo hacen por dinero, sino por amor. Gente mayor, con las manos curtidas, que siguen plantando no por rentabilidad, sino por dignidad, tradición y respeto. Además de poder saborear algún buen tomate. Los jóvenes, por su parte, apenas se asoman. Hay quien lo intenta desde los huertos urbanos, pero muchas veces estos proyectos nacen más como hobby que como forma de vida. Y cuando el entusiasmo se apaga, queda una sensación amarga de oportunidad perdida. Solo los gestores e impulsores permanecen y perseveran, el usuario final cambia. No estamos hablando solo de agricultura, sino de equilibrio entre la ciudad y el campo. Entre lo que fuimos y lo que podemos llegar a ser. Y ahí es donde entra la tecnología. No para convertir la huerta en una fábrica de alimentos ni para arrancar su identidad. Sino para que tenga futuro. Porque si seguimos trabajando la tierra como hace 50 años en un mundo globalizado el resultado será el abandono. Con herramientas como sensores de humedad, sistemas de riego inteligente, robótica, satélites o drones para monitorizar cultivos, la huerta puede transformarse en un espacio productivo, eficiente, y a la vez sostenible. Se trata de trabajar tierras aportadas por pequeñas explotaciones, asociadas y cultivarlas con mecanización a modo de cooperativa o por empresas de servicios, pero con una dirección técnica común. El análisis mediante técnicas de programación matemática multicriterio ofrece pistas claras: la mecanización inteligente puede ser una tabla de salvación. Con ella, cultivos hortícolas al aire libre -más biodiversos y con ciclos más ágiles que los cítricos- se tornan más viables. Se estima que una modernización adecuada permitiría reducir hasta en un 40 % las necesidades de trabajo manual, aumentando la rentabilidad y atrayendo a una nueva generación de agricultores con perfiles más técnicos y digitales. Haciendo más rentable y atractiva la profesión. Holanda es un referente en este sentido, pero esto requiere inversión, ayudas y lo más difícil, organización. Salvar la huerta no es cuestión de volver al pasado, sino de imaginar un futuro distinto. Uno donde tradición y tecnología vayan de la mano. Donde la tierra siga dando fruto, no solo por nostalgia, sino por convicción. Así que menos nostalgia y más innovación. La huerta no necesita una elegía, necesita un plan.