Puedes saber cuándo comienzas una guerra comercial, pero no cuándo la terminas. Esa es la advertencia que debería tener en cuenta cualquier Gobierno interesado en comenzar una batalla de aranceles e impuestos a las importaciones. Cualquier imposición tarifaria puede tener consecuencias desconocidas e inesperadas. Y aunque ha habido muchos ejemplos a lo largo de la historia para tratar de comprender la complejidad de estas batallas comerciales, seguramente no haya caso más relevante en la época reciente que el conocido como Impuesto al pollo o guerra de los pollos . Hay que remontarse a los años 60, y puede que incluso antes, para entender los orígenes de esta crisis. Tras la II Guerra Mundial, en Estados Unidos vivían una etapa de prosperidad, pudiendo invertir en innovación y desarrollo. Una de las favorecidas por este proceso fue la industria del pollo. A partir de los 50, lograron desarrollar métodos de cría que permitían producir pollos en mayor cantidad y de forma más eficiente . Esta industria, cuyo epicentro estaba en Arkansas, aumentó tanto la producción, y como consecuencia redujo tanto los precios, que logró convertir un producto considerado de lujo en un alimento básico de la dieta americana. Mientras tanto, la preocupación de Europa aún era dejar atrás las secuelas del conflicto bélico que había arrasado el continente. Aquí el pollo seguía siendo un producto exclusivo, reservado a días especiales, que con suerte se podía comer una vez a la semana. EEUU conquista el mercado El excedente de producción en Estados Unidos era tan elevado, que comenzaron a exportarlo a Europa, donde tanto escaseaba. A principios de la década de los 60, el consumo de pollo se había disparado. Los granjeros estadounidenses lograron acaparar el mercado del Viejo Continente. La mitad de la venta de carne avícola era importada . Una situación que, por supuesto, provocó las quejas de los productores locales, que veían cómo les estaban expulsando del mercado. Desde algunos países, por su cuenta, empezaron a atacar a los productores estadounidenses y tomar algunas medidas proteccionistas. Desde Holanda acusaban a los americanos de vender a pérdidas y de competencia desleal. Desde Francia decían que las granjas estadounidenses utilizaban hormonas con las aves que podían afectar a la virilidad masculina . Los alemanes, por su parte, denunciaban que engordaban a los pollos artificialmente con arsénico. Una granja de pollos. Las acusaciones eran graves, y en plena Guerra Fría, esta crisis de los pollos provocó un enfrentamiento entre Estados Unidos y la incipiente Comunidad Económica Europea, embrión de la actual Unión Europea. Aunque la temática pareciese menor, e incluso divertida, en realidad preocupaba soberanamente a todos los dirigentes. Tenían pendiente una negociación sobre las políticas arancelarias, con el deseo de que surgiese un marco de comercio bastante liberal, este conflicto no auguraba nada bueno. Temían que fuese el primer paso para iniciar una nueva etapa proteccionista. Impuestos al pollo Una guerra comercial no empieza de un día para otro. Primero hay una fase de negociación, de presiones entre los actores afectados y hasta de amenazas cuando las posiciones no acaban de acercarse. No cuesta imaginarse a los mandatarios europeos, reunidos, asegurando que no querrían jurar por unas plumillas . Pero la presión de las organizaciones agrarias no dejaba de aumentar. Así, a mediados de 1962, los seis países miembros del Mercado Común, instigados por Francia, tomaron una decisión drástica: elevar los impuestos a la importación de pollo hasta los 13,43 centavos por libra. Hasta ese momento, en Alemania, por ejemplo, que era el principal receptor de las exportaciones estadounidenses, el arancel era de 4,8 centavos por libra. Esta nueva barrera eliminó la ventaja de precios de los criadores de ave de corral estadounidenses, y sus exportaciones comenzaron a desplomarse rápidamente. Sus ventas en Europa se hundieron un 65%, y los ingresos cayeron en 25 millones de dólares, que equivaldrían a más de 200 millones de hoy. La tensión entre los bloques empezó a crecer. El senador de Arkansas, el legendario James William Fulbright, el de las becas , era el que más ruido hizo y el que más presionó al Gobierno para que tratase de hacer algo. Insistían en que les habían cerrado la entrada a un mercado que habían ayudado a desarrollar. Su postura fue tan beligerante que llegó a interrumpir un debate en la OTAN sobre armamento nuclear para protestar por las sanciones en el comercio del pollo americano. Hasta llegó a amenazar con reducir las tropas destinadas en Europa. En ese tira y afloja, el canciller de Alemania, Konrad Adenauer, explicó que mantenía una fluida correspondencia con el presidente Kennedy, debatiendo sobre Berlín, Laos o la invasión de Bahía Cochinos, pero que la mitad de las cartas hablaban de pollos. "Es difícil creer que unos animales tan amigables y tan crujientes cuando se fríen puedan causar tantos problemas" Este periodo de negociación, que se alargó durante 18 largos meses, dejó muchas declaraciones destacadas. En la misma época, un miembro del Gobierno de Alemania Occidental, en declaraciones a la revista Time , que hizo un profundo seguimiento de la guerra comercial, aseguró que "es difícil creer que unos animales tan amigables y tan crujientes cuando se fríen puedan causar tantos problemas". Tras el asesinato de Kennedy, y con Lyndon B. Johnson ya en el poder, se consumó el fracaso de la vía diplomática. Finalmente, el 4 de diciembre de 1963, Estados Unidos impuso aranceles del 25% a una serie de artículos europeos, en respuesta las pérdidas provocadas a la industria del pollo : el almidón de patata, la dextrina, el brandy y los vehículos comerciales ligeros. Esta medida afectaba al coñac francés, a los productos derivados de la patata holandeses y a los vehículos alemanes. Un golpe directo a todos los impulsores del impuesto al pollo. A pesar de la importancia de esta medida, y de que ambos bandos defendían que habían salido ganadores de la disputa, en realidad no dejó satisfecho a nadie. Ni a los europeos, que veían afectadas las exportaciones de algunos de sus principales productos; ni a los criadores estadounidenses, que con esta represalia no lograban recuperar el dinero que habían perdido desde la imposición del impuesto al pollo. El senador J. William Fulbright y el presidente Lyndon B. Johnson reunidos en el despacho oval de la Casa Blanca. Por si fuera poco, esta polémica quedó pronto atrás. El prestigioso Washington Post publicó un editorial en aquella época, titulado 'Los pollos de Fullbright', en el que defendían que era difícil preocuparse por una cuestión protagonizada por pollos, y que además la mayor eficiencia que estaba ganando la industria avícola europea garantizaba que, tarde o temprano, las exportaciones de Estados Unidos iban a disminuir inevitablemente , independientemente de las barreras arancelarias que existiesen. De hecho, así fue. En los años posteriores a la guerra comercial, las granjas europeas tuvieron un desarrollo semejante al alcanzado por sus homólogas americanas en la década precedente. Esto permitió el crecimiento de la industria y la caída del precio de esta carne, que se convirtió, también en el Viejo Continente, en la más barata. De hecho, con la evolución y el crecimiento de la Comunidad Económica Europea, no solo logró autoabastecerse, sino que llegó a convertirse en el principal exportador de pollos del mundo , superando al histórico líder americano. Con estas medidas, todo el mundo daba por hecho que se cerraba esta crisis. Nada más lejos de la realidad, porque como decíamos al principio, se sabe cuándo empieza una guerra comercial, pero no cuándo termina. Y de hecho, ¿qué pasa si en realidad el conflicto de los pollos era solo una excusa? Consecuencias para la industria del motor En la misma época en la que los productores avícolas de Arkansas llevaban sus protestas hasta lo más alto de Washington, había otro sector que estaba viviendo una crisis aún más acuciante, el del motor . Esta poderosa industria aprovechó la debilidad del recién llegado Lyndon B. Johnson, con los sindicatos amenazando con una gran huelga antes de las elecciones de 1964 si no hacía algo para protegerles. La amenaza era clara: Volkswagen, que con su popular modelo Tipo 2 ganaba cada vez más cuota de mercado en el campo de las furgonetas y camionetas. Los aranceles a este tipo de vehículos, que aún hoy sigue vigente, hundieron las importaciones. No solo las de Volkswagen, sino que también afectó a las marcas japonesas, como Toyota, Datsun, Isuzu o Mazda, que también se estaban haciendo con un hueco en el mercado americano. Expulsó a todas las compañías rivales, cuyas ventas se desplomaron rápidamente, dejando el mercado libre para los fabricantes nacionales. Desde entonces, las camionetas fabricadas en Estados Unidos dominan las ventas de vehículos . No solo en esa categoría, sino en general. Durante décadas, ha sido habitual que las versiones de la Ford F o el Chevy Silverado copando los rankings de vehículos más vendidos. El 95% de este tipo de vehículos están fabricados por marcas americanas. Ford F-Series, el vehículo más vendido de Estados Unidos. Este arancel tuvo consecuencias muy positivas para el sector, claro. Sobre todo, en lo relativo al empleo. Por un lado, porque permitió mantener a las grandes empresas estadounidenses grandes volúmenes de producción y de ingresos , lo que aseguraba los puestos de trabajo. Y por otro lado, porque muchas empresas extranjeras, para sortear los aranceles, establecieron sus propias plantas de producción en Estados Unidos. Es tan importante que, a pesar de que a lo largo de estas décadas han sido muchos los intentos de eliminar este impuesto a la importación de vehículos ligeros, nadie se ha atrevido a llevarlo a cabo. Los efectos negativos de los aranceles Sin embargo, cada vez son más las voces que se alzan contra este impuesto al pollo, asegurando que ha sobrevivido a su vida útil, y que ahora hace más mal que bien. Por ejemplo, entre las consecuencias negativas de esta política proteccionista, se encuentra el hecho de que los consumidores tienen menos opciones de compra a su alcance, la capacidad de elección es más limitada, hay menos competencia y los precios se disparan. Los fabricantes tienen mucho más poder que los consumidores. Además, esta especie de oligopolio ha llevado a la industria norteamericana a acomodarse y a reducir su capacidad de innovación . Por si fuera poco, también ha provocado que la industria haya tendido a fabricar vehículos más grandes y pesados para evitar el impuesto. No ha habido ningún interés, ni ninguna necesidad, de desarrollar vehículos que consumieran menos o que contaminasen menos. También ha marcado, para mal, las relaciones comerciales de Estados Unidos , pues ha sido un tema de discusión permanente cada vez que ha tenido que negociar con otros países, sobre todo con los que la industria de las camionetas y furgonetas tiene un peso relevante. Es fácil encontrar similitudes entre esta guerra de los pollos y las ambiciones arancelarias del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump . Y es fácil también ver las posibles consecuencias negativa de estas políticas proteccionistas. Igual que ha pasado con la industria de la automoción, no sabemos la duración de los efectos de las medidas que se implanten hoy. Ni sabemos qué consecuencias puede tener para industrias paralelas, en la innovación y el desarrollo de las compañías afectadas o la competencia en el mercado global.