En unos tiempos un tanto complicados para el sindicalismo agrario, donde de la noche a la mañana se ha pasado a cuestionar la utilidad misma de las propias organizaciones y se ha llegado a profanar las siglas, a ofender gratuitamente a los dirigentes y a ningunear a los empleados infravalorando su trabajo, quiero poner en valor uno de los éxitos más recientes de nuestro movimiento asociativo, que, como otros que debemos apuntarnos, termina pasando desapercibido. Me refiero a la decisión que tomó a finales del pasado año la Comisión de la Unión Europea para prorrogar, por un periodo de diez años, el uso del glifosato, ese herbicida de contacto de efecto total que se usa de forma tan generalizada en la agricultura.
El contexto en el que nos movíamos era de rechazo social a este producto, militancia combativa de los ecologistas, falta de unanimidad en los dictámenes científicos, prohibición de uso por parte de la Unión Europea a partir del año 2023, y de una legislación de ciertos países miembros que era todavía más restrictiva y dura de lo que lo estaba siendo la legislación comunitaria.
Los agricultores nos opusimos rotundamente en su momento a esta medida y hemos creado una presión permanente en las instituciones nacionales y europeas para revertir la decisión sobre la prohibición del uso, y lo hemos hecho buscando aliados y demostrando científicamente que no es como algunos han dicho que es, y poniendo de manifiesto que la alternativa al uso de este producto es una mayor utilización de otros productos tal vez más peligrosos para la salud y para el medio ambiente. Quizás esa corriente que ha surgido tan crítica con las organizaciones agrarias y a la vez tan tolerante con las decisiones de partidos políticos y gobierno, piense que estas cosas han llegado porque sí, porque tocaba, porque hemos tenido suerte, pero la realidad es que se ha conseguido por el esfuerzo del sector de la mano de las organizaciones profesionales agrarias.
Si uno es agrarista y viaja por las carreteras de Castilla y León no le pasa desapercibido la cantidad de fincas que en esta campaña agrícola han sido tratadas con glifosato como una labor agronómica más, y se ha hecho tanto por agricultores que practican el mínimo laboreo o siembra directa, como por quienes hacen agricultura convencional. Nunca se había gastado tanto glifosato, y quizás la razón sea que hemos tenido un otoño e invierno lluviosos, de suaves temperaturas, donde las malas hierbas y los rebrotes de la cosecha anterior han sido más complicados de gestionar. O quizás se ha utilizado más para ahorrar labrando menos, que también.
Por todo lo expuesto, estoy en condiciones de afirmar con rotundidad que la prórroga del uso del glifosato, al menos para diez años, con ciertas limitaciones pero salvables, es sin duda uno de los principales logros de las organizaciones agrarias, logro que en este caso llegó antes de las movilizaciones, lo que también demuestra que las medidas de presión y la capacidad de negociación del sector va más allá de protestas puntuales, de cortes de carretera no comunicados, y de estrategias de grupos que tantos esfuerzos dedican a cuestionar el papel de las organizaciones profesionales.