Desde la localidad vallisoletana de Boecillo, la gallega Virginia Fradejas abre camino contra el desperdicio alimentario con su compañía Kamarere, que recupera frutas y hortalizas descartados por su aspecto para deshidratarlos y ser utilizados como condimentos e ingredientes para la cocina o la repostería. Somos 7.000 millones de personas en el mundo y tenemos capacidad productiva para alimentar a 12.000, pero se estima que unos 800 millones pasan hambre -según datos de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura-. Suena atroz, más aún si tenemos en cuenta los alimentos que tiramos a la basura ya sea en el hogar, simplemente porque se nos pasó la fecha de consumo preferente o porque compramos por los ojos y llenamos la nevera más de la cuenta, ya sea en el resto de eslabones de la cadena alimentaria, donde las razones para desechar un alimento o, en el mejor de los casos, mandarlo a las líneas de destríos tienen que ver, sobre todo, con la estética. Pero el tirar se va a acabar o, al menos, parece que esa máxima está más cerca que nunca de ser una realidad en nuestro país. Y es que, en el mes de enero el Consejo de Ministros aprobó el Proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, en cuya disposición final tercera se prevé su entrada en vigor el 2 de enero de 2025. Dicha normativa colocará a España a la vanguardia, junto a países como Italia o Francia, ante el desafío global que supone reducir la cantidad de alimentos que se desechan aun siendo aptos para el consumo. Porque, ¿hay patitos feos en la huerta?, sí; ¿se pueden consumir?, perfectamente; entonces, ¿por qué desperdiciarlos y, con ello, tirar también a la basura la tierra, el agua, los insumos y, lo más importante, el esfuerzo de quienes los producen? La respuesta resulta obvia, pero, ante ella, cabe otra pregunta clave: ¿cómo vamos a adaptarnos al nuevo marco legal para frenar tal despilfarro? Cada cual, desde los productores hasta los consumidores finales, pasando por los transformadores, la distribución, la hostelería o la restauración, deberemos de aportar nuestro granito de arena porque, ojo, la Ley prevé importantes sanciones económicas, que oscilan entre los 2.000 y los 500.000 euros, para quienes incumplan un texto que marca algunos preceptos particulares a cada eslabón en pro del objetivo general de lograr una producción y consumo más sostenibles. El compromiso de cada consumidor quedará de puertas para adentro -en nuestros hogares y nuestra conciencia-, pero el de productores, transformadores y distribuidores se mirará con lupa. Al menos, estos eslabones cuentan con aliados de excepción: una buena masa de emprendedores dispuestos a echarle imaginación y a agarrarse a la innovación tecnológica para poner las cosas más fáciles. Y he aquí algunas de sus soluciones más llamativas. Por ejemplo, la de Kamarere, una iniciativa impulsada hace algo más de un año en la localidad vallisoletana de Boecillo por Virginia Fradejas. Esta emprendedora de origen gallego recoge ejemplares, imperfectos y descartados por productores de cercanía por no cumplir con los estándares de belleza que exige el mercado, de naranjas, tomates, remolachas, fresas, zanahorias, pimientos y otras frutas y hortalizas para deshidratarlos mediante procesos de I+D+i, convertirlos en polvo y dotarles de una vida útil de al menos dos años como condimentos e ingredientes para la cocina, la repostería e incluso la coctelería o las infusiones. Virginia, ingeniera técnica industrial que dejó atrás una amplia experiencia en puestos directos en la industria alimentaria para cumplir el sueño de ser parte de la solución al despilfarro alimentario y a la comida más saludable, se alzó el pasado marzo con el primer premio en la V edición del Programa TalentA, un galardón impulsado por la compañía agrícola Corteva Agriscience y la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur) y que, reconoce, ha brindado a Kamarere "mucha visibilidad" traducida hoy, por fortuna, en una gran carga de trabajo . Otro de los desembarcos más recientes y peculiares en la lucha contra el desperdicio alimentario es el de Berta Daina, fundadora de Agro Biomaterials, una start-up surgida de su trabajo de fin de grado en la Escuela Universitaria de Diseño e Ingeniería de Barcelona (Elisava), que genera productos realizados con bioplásticos a partir de residuos orgánicos. Monederos de bioplástico de naranja, cebolla o café ; tarjetas de visita o felicitaciones elaboradas a partir de residuos de remolacha, espárrago, limón, tomate, café o pera; tote bag de bioplástico de cebolla que se degrada naturalmente a los tres años; cartas efímeras para restaurantes a partir del bioplástico que mejor se ajuste, en color, a su personalidad; puntos de libro de residuos de tomate, o packaging para una determinada marca elaborado con los propios desechos de su producto, son algunas de las propuestas de esta joven emprendedora andorrana que ya ha llevado algunas de sus sorprendentes creaciones sostenibles a las semanas del diseño de París, Dubai o Milán y, hace apenas unos días, su taller de creación de bioplásticos a la Dubai Design Week 2024. Bene Bono, start-up de origen francés y ahora también con extensiones en Madrid, Barcelona y Valencia, que pone en contacto a productores que tienen frutas y hortalizas imperfectas, con consumidores que quieren evitar su desperdicio y, además, se ahorran hasta un 30% con su compra; la aplicación móvil Too Good To Go, que, igualmente, hace de intermediaria entre restaurantes o tiendas que ponen a la venta productos que no hayan vendido , o el portal TalKual Foods, desde el que Marc y Oriol nos ofrecen cajas de frutas y verduras de aspecto alejado de los estándares de la perfección, son otros de los ejemplos a los que podemos agarrarnos para, en definitiva, sumar ese granito particular de arena y lograr que el tirar alimentos válidos al cubo de la basura se convierta, efectivamente, en cosa del pasado.