Tras años de abandono, una nueva generación de emprendedores, en especial mujeres, está empeñada en recuperar saberes y oficios ancestrales e incluso razas de ovejas autóctonas que devuelvan el valor a nuestros excepcionales vellones Desde 2011, con la legislación Sandach, la llamada lana sucia (directa de la esquila) se considera un residuo, al mismo nivel que los desperdicios de un matadero. La estricta regulación que eso implica en términos de almacenamiento, manipulación, transporte y destrucción ha acabado con una serie de tradiciones y oficios que durante siglos dieron lustre al negocio del oro blanco. Mayorales, pastores, zagales, arrimadores, sorteadores, lavanderas, tintoreros, tejedoras, hilanderas, pelaires, tundidores... Suena a pasado, pero, ¿y si fuera en realidad el futuro? "Aquí llegaron a contabilizarse más de 70 lavaderos de lana, la mayoría repartidos en lo que ahora se denomina la España vaciada. Desde entonces, tan solo quedamos tres, luchando por mantener la tradición y devolverle a la lana el lugar que se merece", dice Ramón Cobo, fundador de Wooldreamers, una empresa manchega que ha modernizado la tradición, estableciendo una genuina red nacional de pastores. "Gracias al auge de las comunidades de tejedores y del boom del knitting actual, que incluye un gran número de oficios, es posible pelear por este sueño", continúa. Su siguiente paso ha sido lanzar la línea Wool4Life con artículos ya producidos. "De esta manera queremos explorar nuevas oportunidades y ayudar a más rebaños locales", explica. La preservación de razas ovinas autóctonas y dar visibilidad a las diferentes calidades de lana es una prioridad: "La selección y clasificación de los vellones es un arte, un trabajo artesanal en peligro de extinción. No hay ninguna máquina que pueda clasificar y entender los vellones de forma eficaz y productiva que no sea la capacidad humana". Material emblema del lujo, hace tiempo que la lana dejó de ser negocio por estos pagos. Y eso que la península Ibérica es el origen del que, seguramente, todavía sea el pelo más apreciado -con permiso del cachemir-, el de la oveja merina. Australia y Nueva Zelanda han tomado nota. En el campo soriano, María Martínez Azeña está empeñada en recuperarla con su proyecto, Merynadas, centrado en la preservación y transmisión de antiguos saberes textiles, trabajando el vellón (de rebaño propio) desde el esquilado hasta el telar. "Cuando me puse a indagar, preguntando a mujeres mayores sobre cómo hacían antiguamente para transformar la lana sucia en un ovillo, descubrí que apenas se recuerda el proceso", explica. "Eso me hizo reflexionar sobre cómo durante el siglo XX se fueron descuidando tales conocimientos, que antes pasaban de generación en generación, y me surgió la necesidad de recuperar la cultura popular en torno a esta maravillosa materia prima: es ecológica, biodegradable y renovable, con unas propiedades únicas que ninguna fibra sintética ha conseguido igualar". Que muchas de estas iniciativas que unen empresa y cultura vengan impulsadas por mujeres no resulta extraño. "Creo que la lana está en la memoria genética femenina. Hemos sido nosotras las que la hemos trabajado casi desde que el mundo es mundo", concede la artífice de Merynadas. En la salmantina Sierra de Francia opera, por ejemplo, Hilando Hebra, una asociación centrada en la artesanía textil de fibras naturales y la recuperación de oficios tradicionales derivados de la lana dirigida por siete mujeres. "Nuestra inquietud nos llevó a acercarnos a los ganaderos locales que no sabían qué hacer con la lana. Nos la cedieron y, a partir de ahí, empezamos a trabajar con la ayuda de otras nueve socias", cuenta Hiromi Sato. La labor de este colectivo no se limita solo a la transformación de la lana, sino también a la experimentación. "Hemos teñido vellones con distintas plantas tintóreas, e incluso con cáscara de cebolla, y los resultados han sido sorprendentes. Hay mucho que investigar", dice Sato. Para rematar, también se ocupan de divulgar sus hallazgos, organizando cursos y talleres que van del hilado con huso a demostraciones de lavado o cardado. "Intentamos espolear la inquietud para que este tipo de oficios se sientan y entiendan hoy como posibles", concluye. Asociaciones como Laneras, organizadora de la Fiesta de la Lana en el Valle de Ambroz (Cáceres), o Fibershed España, que trabaja para establecer un colectivo de productores, procesadores y fabricantes que apoye los sistemas regionales, contribuyen además a la causa. "Es necesario que la lana sucia deje de estar catalogada como subproducto y recupere su valor como materia prima", señala María Martínez, ella misma en proceso de montar su propia asociación lanera, La Tarabilla, que toma su nombre de un tipo de huso ancestral soriano. "Utilizamos materiales sintéticos mientras desaprovechamos el potencial y el valor de los naturales", tercia Ramón Cobo. "Es hora de redefinir los conceptos de diseño, valor o incluso lujo. Y profundizar al abordar el impacto que estamos generando al elegir la lana, que es social, medioambiental y cultural. Esto es lo que verdaderamente determinara el valor de la creación".