Cristina Mallor: "Decidir con qué llenamos la cesta de la compra afecta al planeta"
Entrevista
Cristina Mallor: "Decidir con qué llenamos la cesta de la compra afecta al planeta"
Ingeniera agrónoma (Huesca, 1973), es responsable del Banco de Germoplasma Hortícola del Centro de Investigación y Tecnología Alimentaria de Aragón.
NOTICIA
Cristina Mallor, en los cultivos experimentales del CITA.
Francisco Jiménez
No todos los tesoros son de lingotes. ¿Por qué hace falta atesorar una semilla?
Según la FAO, en cien años -de 1900 al 2000-, se han perdido las tres cuartas partes de las variedades cultivadas . Algunas de las que conservamos en el Banco de Germoplasma Hortícola tienen un valor incalculable porque las hemos recolectado de hortelanos que han cultivado su propia semilla durante generaciones pero que, sobre todo en los años ochenta y noventa, las dejaron de cultivar. Muchas huertas no tienen relevo generacional y hay familiares que nos traen las semillas que tenía el padre, que ha fallecido. En ocasiones, la única muestra viva que existe es la que tenemos congelada en las cámaras. Si no, se hubiera perdido de forma irreversible. Es lo que se denomina erosión genética.
Este banco cumple ahora cuarenta años. ¿Cuánto es eso traducido en semillas?
Según el último informe, 18.263 muestras, de las variedades de los principales cultivos hortícolas, pero también de otros minoritarios como la borraja, la achicoria o el cardo, especies silvestres comestibles como la rúcula, la tuca, el cardillo, las collejas (que se comen en tortilla o en la paella). También son interesantes las silvestres que sean 'familia' de las cultivadas porque, aunque no se consuman, podemos encontrar en ellas algún carácter de interés, como resistencia a plagas, que mediante mejora genética se pueda introducir en una especie cultivada.
Todo un patrimonio.
Sí, porque, además de las propias semillas, está el conocimiento asociado: su manejo, las fechas de siembra, las técnicas de cultivo... La documentación es fundamental en los bancos de germoplasma. Yo tomé el relevo, tras trabajar unos años junto a él, cuando Miguel Carravedo se jubiló, después de casi treinta años al frente del banco. Él lo anotaba todo, era muy pulcro tomando datos y facilitó mucho todo. Es muy importante saber interpretar lo registrado.
¿Se han salvado muchas variedades?
Tenemos 3.800 variedades de tomates y en el mercado no se ve esa diversidad. Este año, la judía blanca de Muniesa, que había quedado reducida a unos pocos hortelanos, se ha comercializado por primera vez. Trabajamos para recuperar el melón de Torres de Berrellén, el espárrago blanco tradicional de Barbastro o legumbres de montaña locales.
¿Hay interés y, sobre todo, hay futuro para estos cultivos recuperados?
Atendemos muchas peticiones: el año pasado fueron 160, mientras en 2011 fueron tan solo 15. Hay mucho interés por recuperar cultivos que, a veces, requieren una selección y una tipificación para que resulten rentables, y también lograr que sean reconocidos por el consumidor a través de alguna marca de calidad. Con la pandemia, cada vez se valoran más los productos locales, la producción de cercanía, los mercados de proximidad
¿De niña le gustaba la fruta y la verdura?
Sí, pero ahora la disfruto mucho más. La borraja y los bisaltos me encantan y, de fruta, la de temporada, cada una tiene su momento.
Ahora parece que están de moda.
Comer frutas y verduras es bueno para la salud y sostenible para el medio ambiente. Pero también hay mucha comida rápida y sedentarismo.
¿Podemos aclarar el futuro del planeta comiendo mejor?
Como consumidores, decidir con qué llenamos la cesta de la compra todos los días afecta al planeta. Dependiendo de lo que consumamos, se produce de una manera u otra. Cada eslabón de la cadena tiene algo que decir: el consumidor al comprar, los productores del alimento con sus prácticas, quien lo vende pagando un precio justo a los agricultores. Nosotros, desde el banco, conservamos el pasado, esas variedades locales, antiguas, en peligro de extinción, y las ponemos a disposición del presente para mejorar la alimentación del futuro.
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