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El publicista reconvertido en pastor de cabras tras ser despedido de una multinacional: Me hicieron un favor

05/01/2024
En: elmundo.es
Digital
Con 33 años, Juan Montilla se apuntó a varios cursos medioambientales. Tras unas prácticas en una ganadería decidió cambiar de vida; hoy reside en un pequeño pueblo de la Sierra Norte De trabajar en una multinacional como publicista a pastorear cabras en Puebla de la Sierra , un pequeño pueblo de la Sierra Norte de Madrid. El cambio de vida de Juan, o el «gran giro», como él lo llama, se produce en el verano de 2019, cuando tiene 33 años y se apunta a un curso para aprender a ser pastor, aunque ya había sentido la llamada de lo rural mucho antes. En 2015 hay un cambio de dirección en la empresa en la que trabaja como visual merchandising y comienzan a despedir a gente. Juan es uno de los afectados, pero reconoce que casi le hicieron un favor. «Justo tenía pensado irme porque era un mundo que ya no me atraía nada, personalmente estaba en otra onda. Tenía pensado montar un coworking , pero nada relacionado con acabar pastoreando cabras y elaborando quesos y yogures. Por aquél entonces vivía en Lavapiés y no tenía ni idea de pastoreo... Aunque me he criado en un pueblo de la sierra, Alpedrete, no había tenido un contacto con animales y con el mundo rural así de fuerte. Aunque sí esa inquietud de irme al campo a vivir...», explica. Esa inquietud le lleva a apuntarse a un curso de educación medioambiental y a trabajar en temas de turismo, hasta que una amiga le avisa de que una escuela de pastores de la Sierra Norte imparte un curso para aprender a ser pastor de cabras y ovejas. Se enamora del programa, que se impartía en Puebla de la Sierra y constaba de un mes de teoría y dos meses de práctica en una ganadería de la zona aprendiendo el oficio. Juan hace las prácticas con otros dos compañeros del curso en una cooperativa. Al terminar, los cabreros de la cooperativa deciden dejarla y los tres amigos piden una concesión para encargarse de los rebaños. «Al principio me planteaba combinar mitad de mi vida en Carabanchel, donde vivía entonces, y la otra mitad en Puebla de la Sierra, pero al llegar la pandemia me quedé allí. Vi que mi futuro iba a estar en Puebla y así empezamos a pastorear un rebaño de 300 cabras . Pronto nos dimos cuenta de que el curso te da unas pinceladas, pero a ser pastor de verdad aprendes con la experiencia. Fuimos nuestros propios mentores, aprendimos poco a poco a base de prueba y error , fue bastante intenso, muy agotador y muy satisfactorio a la vez. Te levantabas a las 6.30 y te ibas a ordeñar 2 o 3 horas, luego llevabas la leche a la quesería y si te tocaba transformarla ese día te tirabas allí prácticamente toda la mañana y parte de la tarde. Luego volvías a guardar a las cabras, y dependiendo de la época del año vives conforme a las horas de sol», reconoce. Aunque para Juan, más que el trabajo físico, lo más duro fue el aspecto mental: «En la ciudad tenía otro estilo de vida, trabajaba hasta las 18.00 y luego tenía tiempo libre, pero aquí no, y eso era muy agobiante... No disfrutaba de las tareas, hasta que me di cuenta de que lo que tenía que hacer era mirarlo con otro prisma, no tomármelo como una obligación: es lo que he elegido y voy a disfrutarlo ». Otra cosa que ha aprendido es la flexibilidad. «El trabajo de pastor tiene mucha planificación, pero también hay que saber adaptarse porque estás trabajando con la naturaleza, la climatología, los animales, y todo cambia continuamente. Hay que ponérselo fácil a uno mismo: ahora tengo localizadas a las cabras con collares GPS , y esto me da la posibilidad de no tener que estar con ellas todo el tiempo. Tampoco se ordeña todo el año, tú planificas la paridera, son dos meses de crianza de los cabritos y una vez que ya no tienen que mamar ese exceso de leche lo ordeñas el tiempo que quieras». En estos 4 años ha habido cambios, y al final se quedó él solo con 50 cabras. Ahora compagina el trabajo de jardinero por las mañanas con el de cabrero . Y además organiza la actividad Pastor por un día los fines de semana, una ruta interpretativa en la que muestra a los visitantes el oficio «desde mis ojos, con lo bueno y malo de ganarte la vida en el campo». Las rutas son para un máximo 6 personas , «nada de turismo colonial» para hacerse un selfie y marcharse . «Si consigo esa labor inmersiva y de respeto por lo rural, yo feliz», concluye.
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