Demonizar a las vacas
Un análisis riguroso de los datos demuestra que la ganadería no es la peor enemiga del medioambiente
La ganadería de David Palomo en Cantimpalos. ©Gonzalo Pérez Mata La Razón
Última actualización.
11-07-2021 | 10:49 H
El consumo de carne en el planeta no ha dejado de crecer desde la década de los 60 del siglo pasado. Las últimas dos décadas del milenio fueron especialmente intensas en el crecimiento de producción y compra de productos cárnicos. Desde 2010, sin embargo, el uso de carne en algunos países, como España, ha comenzado a declinar.
Aunque la relación entre la producción ganadera y el deterioro del medio ambiente es un tema de debate desde hace mucho tiempo, a partir de un informe de la FAO del año 2009 ha aumentado el interés por el impacto ambiental de esta actividad. El informe, que llega a calificar a la producción pecuaria como «uno de los principales protagonistas de la problemática ambiental a nivel mundial» determinó que el sector ganadero es responsable del 18% de las emisiones de gases de invernadero equivalentes a CO2, por encima incluso del transporte.
En la actualización de la propia FAO en 2013 se habla de que el aporte total de la ganadería a las emisiones de gases de efecto invernadero hasta 2005 habría sido de 7,1 gigatoneladas de CO2 equivalentes por año, lo que supone el 14,5% de todas las emisiones inducidas por el ser humano.
La mayor parte de estas emisiones producidas por la ganadería corresponden a metano (un 44%) . Tras este gas figura el dióxido de nitrógeno (29%) y el dióxido de carbono (27%) como los gases más liberados a la hora de producir carne a gran escala.
En la actualidad, el Modelo Global de Evaluación Ambiental de la Ganadería de la FAO, ha corregido al alza la cantidad de emisiones de gases: 8,1 gigatoneladas. Por especies, más de la mitad de las emisiones corresponden al ganado bovino y ovino, seguido del porcino y la producción avícola.
Las vacas para carne son la especie de mayor impacto, con 3 gigatoneladas a su cuenta. Le sigue la producción de leche de vaca (1,6 gigatoneladas).
Pero estos datos aislados son muy poco significativos. La producción global de emisiones no tiene en cuenta la relación que existe entre la contaminación y la cantidad de carne producida.
Un modo objetivo de medir el impacto real de la ganadería es calcular el número de kilos de CO2 emitidos por cada kilo de proteína obtenido en forma de carne o leche para consumir.
En este caso, la carne de búfalo es la más impactante: cada kilo de proteína emite 404 kilos de CO2 equivalente. La carne de vaca envía a la atmósfera 295 kilos de CO2 por kilo de proteína.
Aún así, los datos fríos no son suficientes para evaluar correctamente la intervención de una actividad en el deterioro del medio ambiente. Para culpabilizar o exonerar a un sector es necesario tener en cuenta infinidad de factores que intervienen en la carga total de emisiones. En primer lugar, cuánto contribuyen realmente las diferentes emisiones al calentamiento global.
Sabemos que los principales gases que emiten las explotaciones ganaderas son el metano y el dióxido de nitrógeno. ¿Pero son estos los gases más perjudiciales para la atmósfera? La respuesta es no. A escala global es el CO2 el mayor responsable del calentamiento climático en el planeta. Un 66% del aumento de temperaturas se atribuye al exceso de este gas.
El metano aporta un 17% del aumento y el dióxido de nitrógeno aumenta el 6%.
Es decir, una industria que globalmente produzca menos gases de efecto invernadero que la ganadería, puede ser más perjudicial para el medio ambiente si emite una mayor proporción del peor de los gases: el CO2.
Es muy importante también diferenciar entre «emisiones directas» y «emisiones indirectas en el ciclo de vida». El Panel Intergubernamental del Cambio Climático establece que el transporte es responsable del 14% de las emisiones directas de gases de efecto invernadero mientras que el ganado es solo responsable del 5%. En cuanto emisiones indirectas, el panel atribuye a la ganadería el 14,5% pero no especifica con claridad el dato del transporte. ¿Dónde reside la diferencia?
Se entiende por «emisión directa» de la ganadería todo el metano y el dióxido de nitrógeno que se deriva de la digestión y las tareas de cuidado de los animales. En el caso de la industria del transporte, las emisiones directas son las derivadas del mismo consumo de combustible fósiles (lo que emiten los vehículos al quemar combustible).
Pero la FAO añade a las emisiones directas del ganado el impacto indirecto de otras actividades (transporte de las mercancías, transporte de la alimentación, procesado...) que no tienen que ver específicamente con la producción directa de carne, aunque sí con su consumo.
A todos los efectos, la mejor medida para reducir los gases de efecto invernadero es reducir la emisión producida por el transporte. Primero, porque es más intensa en el peor de los gases, el CO2, y segundo porque con transportes más sostenibles también se reduciría el impacto de la parte «indirecta» de gases achacada a la ganadería.
Hay que tener en cuenta que la ganadería extensiva ha desplazado del terreno a los rumiantes silvestres y a los ganaderos intensivos. Si reducimos drásticamente el ganado extensivo, el ecosistema se compensará con mayor presencia de rumiantes salvajes y explotaciones intensivas, que son igual o más contaminantes que las otras.
Obviamente, todas las actividades humanas pueden ser más eficientes y menos contaminantes de lo que son actualmente. La ganadería también tiene margen de mejora a la hora de reducir su huella de impacto ambiental. Pero no conviene olvidar que el consumo de carne ya está en retroceso de manera espontánea en buena parte del mundo. En 2011, los españoles consumimos 350.000 toneladas de carne de vacuno. En 2019 habíamos descendido a 233.837 toneladas. En 2020 se ha experimentado un ligero aumento del consumo en España, posiblemente achacado a la situación de pandemia.
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