Ekolber es una startup vasca que aprovecha el colágeno sobrante de la ganadería y otros residuos para producir un bioplástico autosellable, modelable y comestible
Greenpeace estima que en 2020 se superarán los 500 millones de toneladas anuales de plástico producido cada año, lo que supondría un 900% más que los niveles de 1980. Son cifras espeluznantes, máxime en un contexto de lucha contra el cambio climático y de protección del entorno natural como en el que vivimos. Pero, en cambio, tampoco podemos renunciar al plástico como material base de nuestras vidas cotidianas, ya que sus propiedades y económico precio lo convierten en el material por defecto en un sinfín de aplicaciones, desde botellas hasta prendas de vestir.
Por eso, y siendo realistas, los trabajos no se están centrando tanto en acabar con el plástico en sí, sino por aplicar los principios de la economía circular en su concepción. Principios que se materializan en el reciclaje del plástico ya producido, por un lado, y en el desarrollo de nuevos bioplásticos que cumplan las mismas funciones pero cuyos componentes no supongan ningún conflicto medioambiental.
En este último campo, un ambicioso proyecto ha cobrado vida en el País Vasco: convertir el colágeno animal, el que no usan los ganadores, en bioplástico , al que además se le pueden añadir otros residuos agroganaderos para conseguir mezclas específicas para distintos usos industriales. Jesús Olloquiegui, responsable de I+D+i de Ekolber , explica a INNOVADORES que la idea surgió "de una investigación con mis alumnos del ciclo formativo de plásticos y corchos. Ya teníamos algo de experiencia con el colágeno y decidimos ver si se podía comportar como un plástico. Después de muchos años, hemos conseguido que fluya y que haga las veces de termoplástico o caucho, dependiendo del plastificante".
La complejidad de este proceso radica en que el colágeno presenta una estructura fibrilar de tripe hélice, por lo que es necesario desnaturalizarlo a una forma lineal de alto peso molecular. Para ello, la startup ha optado por un tratamiento químico-mecánico-térmico mediante "maquinaria convencional, por lo que no es necesario invertir en nuevos equipos ", para procecer a la compresión y termoconformado como cualquier otro plástico. Las mezclas con las que trabaja Ekolber van desde un 80% colágeno (obtenido de la piel de animales, entre otras fuentes) hasta mezclas que combinan casi a partes iguales el colágeno con pelo de animal, lana (como la de las ovejas lachas, tan típicas de la región) o residuos agrícolas como serrín, lodos, cáscaras de huevo, posos de café, etc.).
"No necesitamos pasar por un proceso de síntesis, sino que obtenemos el material directamente del animal", detalla Olloquiegui. "Además, y a diferencia del PLA, que obliga a plantar maíz o patata, nosotros no obligamos a plantar nada a propósito, sino que aprovechamos los residuos que no se van a usar para alimentación".
El equipo de la firma vasca, liderada por el socio director Fernando Alonso y el propio Jesús Olloquiegui, también ha hecho grandes esfuerzos para superar una de las barreras clásicas a la hora de hablar de bioplásticos: su precio. "Hemos logrado que sea competitivo, entre dos euros y medio y tres euros el kilogramo. Es un precio similar al de muchos cauchos, más barato que el PLA aunque algo más caro que los plásticos habituales", afirma su responsable de I+D.
Pero ni el coste ni su valor medioambiental son los factores más destacados de este bioplástico, que posee propiedades interesantes en comparación con otros materiales. No en vano, hablamos de un bioplástico compostable, afín a la piel humana, comestible, reciclable, tintable, autosellable, soluble, vulcanizable, ignífugo, espumable y moldeable. De este modo, el bioplástico de Ekolber puede ser usado en el ámbito biomédico (como cicatrizante o apósitos), como macetas biodegradable para compost o para acolchados que eviten la aparición de malas hierbas, como ya han probado en algunas tierras de la zona.
También puede ser empleado para la fabricación de anillas de lata (reconocen estar en negociaciones con una cervecera madrileña al respecto) e incluso para la producción de gominolas. Por no hablar de su potencial uso en construcción (como espuma aislante) o en la industria papelera, donde se pueden revalorizar los lodos para fabricar nuevo papel o cartón.
El largo camino de crear un bioplástico
El camino de Ekolber no ha sido fácil: el proyecto comenzó en 2006 pero no sería hasta 2016 cuando recibirían la patente. Desde entonces, y bajo el paraguas de la Estrategia RIS3 Euskadi, la empresa ha continuado con su desarrollo con vistas a comenzar la venta masiva de su bioplástico a finales de este mismo año, empezando por acolchados. Después de probar la innovación en Tecnalia, ahora están pasando a industrializar rollos medianos en Zaragoza para dar, si todo va bien, el salto a un transformador valenciano. En el camino, dos nuevos inversores estratégicos que pondrán dinero y conocimiento para la recta final.