Álvaro Palacios - Viticultor Firma los vinos españoles más cotizados del mundo y reclama que se reconozcan los mejores parajes Quiso ser figura del toreo pero su padre le empujó a seguir la tradición familiar y hoy Álvaro Palacios es uno de los viticultores más prestigiosos del mundo. Puso en el mapa Priorat y El Bierzo con caldos míticos como La Ermita o La Faraona y es capaz de vender en primicia cosechas íntegras a precios estratosféricos, pero este riojano de Alfaro sigue teniendo los pies en el suelo. Él dedica su vida a hacer «vino bueno de viña buena, ¡qué terror ni que cojones!».
-En esto del vino, ¿pasa como con los perfumes, que a veces importa más el nombre que aparece en el frasco que lo que hay en el interior?
-En cierta medida es así. Y resulta muy difícil, porque creo que es el producto más atomizado que existe. Entre tantas referencias conseguir una marca personal tiene un valor incalculable para pequeñas empresas, aunque hoy es todo tan efímero que hay que refrescarla cada día.
-En un buen vino, ¿cuánto es fruto del viñedo y cuánto de las personas que lo elaboran?
-Depende de lo que quieras obtener. Para hacer millones de botellas de un vino bueno y redondo quizá haya que aplicar mucho más talento y esfuerzo que para hacer un gran vino de alta cotización. Esos te los suele dar una buena viña, y si no sabes sacarle partido a una buena viña mejor que te dediques a otra cosa. Si hablamos de gran volumen hay mucho trabajo de bodega, sin embargo en los de alta cotización la viña aporta el 65% del resultado, la bodega un 10% y el resto es saberlo vender.
-En su afán por encontrar esos buenos viñedos prefiere los que fueron eclesiásticos, ¿hay algo de revelación o tiene una razón material?
-Yo los llamo viñedos de monjes borrachos. En la historia, después de Grecia y Roma, el vino, como la cultura, se refugia en los monasterios. En la Edad Media, los monjes elevan la viticultura hasta un estatus casi espiritual, desarrollan una pasión que les lleva a captar en el vino una trascendencia que va más allá de lo material. Donde han estado esos monjes puedes encontrar viñedos de los que emana un vino con cualidades místicas, que producen una sensación de placer indescriptible.
-¿Se puede alcanzar ese clímax tomando un vino de 10 euros?
-Creo que es más difícil, pero todo puede ser. Si la tierra es buena y el hombre entrega su vida con oficio y verdad se puede acercar, pero en general no es común.
-¿Eso no es un poco desalentador para los aficionados que no pueden gastarse mucho dinero en una botella?
-Sí, porque el vino tendría que ser mucho más sencillo, el lenguaje más claro y el negocio más como era antes. Pero la realidad es que cuanto más barato más posibilidades de que proceda de viticultura intensiva, de viña emparrada, vendimiado a máquina... y eso es todo lo contrario a ese trozo de viña tocado por un don divino inexplicable.
-Para distinguir a unos de otros defiende una categorización que vaya más allá de lo regional y reconozca pueblos y parajes. ¿Responde a una estrategia de marketing o a un esfuerzo por reflejar mejor la realidad del vino?
-Un poco de ambas. Primero se trata de respetar el origen del vino y esa toponimia que nuestros antepasados utilizaban, pero también de darle una garantía al comprador. Nos empeñamos en hacer marcas como la Coca-Cola, pero en el mundo del vino aparte de cuatro grandes somos todos pequeños productores, ¿por qué no vamos a poder presumir de nuestras viñas? Además creas algo culturalmente mucho más complejo, más interesante y más real y eso en marketing lo es todo, el comprador de vinos especiales exige esta información.
-Pero ¿es útil sólo para vender vinos caros?
-También, pero lo importante es adaptarnos a unas categorías que ya están contempladas en Bruselas y que son de uso común en el mercado internacional. Son peldaños de calidad que España merece subir ya ¿por qué vamos a conformarnos con hacer solo vino regional? El vino regional es el gran motor de la industria, pero los que queremos hacer cosas más exquisitas tenemos que tener el amparo de la administración para ganar credibilidad en el exterior.
-Quizá por eso tampoco le gusta que a su tierra le llamen La Rioja Baja...
-No me ha gustado nunca, es una carga histórica que tiene connotaciones peyorativas en el mercado. Poco a poco nos vamos acostumbrando a llamarle Rioja Oriental. Hay quien ha dicho que en Estados Unidos se puede confundir con vino asiático. ¿Qué quiere que le diga?
-Por cierto, en China también quieren hacer vinos de lujo, ¿qué le parecen?
-Eso de que hoy se hace buen vino en todos los sitios es un tópico que yo no me trago. Ahora hay una inversión muy fuerte del grupo LVMH para hacer vino a 280 dólares la botella en las laderas de Shangri-La. Yo lo he catado y ese cabernet sauvignon fino, fino, no es. De momento es una réplica hecha en China, que no tiene el misterio, la belleza y la magia que tiene que tener un gran vino.
«Parker mueve montañas en vinos accesibles» -Su prestigio internacional se ha cimentado revitalizando lugares que estaban olvidados como Priorat o El Bierzo y poniendo en valor variedades autóctonas en desuso... Después, todo el mundo le ha seguido.
-¡Y hace falta que me sigan muchos más! Esto me ha tocado a mi por circunstancias históricas. Pertenezco a una generación en la que España se abre al mundo y tuve la suerte de que mi padre me mandara fuera a estudiar. En Burdeos tuve una revelación y ahí empezó mi pasión por los viñedos singulares. Pero egoístamente estas zonas me han dado todo lo que soy, me han permitido comprar viñedo viejo a buen precio... Hay gente que me dice 'cuánto has hecho tú por esas regiones' ¿y lo que han hecho ellas por mi?
-De momento le ha dado al Bierzo su primer 100 puntos Parker con La Faraona, ¿hasta que punto siguen siendo importantes sus calificaciones?
-Hoy en dia los puntos Parker son la pera en vinos accesibles, 93 puntos en un vino de 10 euros mueve montañas. En los de alta cotización ya no es como antes, no se produce aquella euforia en el mercado internacional con determinadas puntuaciones, pero se valora mucho que vaya habiendo algún cien. Consolida la imagen de marca.
-¿Cree que siendo torero hubiera firmado faenas como los vinos que hace?
-Pues yo creo que sí. Llevo unos cinco años toreando becerras y hasta vacas de tres años. En La Rioja Oriental tenemos una gracia especial, Diego Urdiales ya lo ha demostrado y, con lo apasionado que soy, me hubiera encantado ser figura del toreo. Aunque habría cobrado mucho... pero en cornadas.